Leer es como un sueño. Es una aventura. Es un refugio. Es una salida.
<Leer no es matar el tiempo, sino fecundarlo> 
H. C. Brumana
<La enfermedad de leer tiene sus ventajas.Otorga silencio, consuelo, oscuridad, compasión y dulce cansancio. Si hay que hacer campaña, hágase de esto. Leer para estar en silencio. Leer para aceptar la muerte, la soledad, la herida y el consuelo”.> 
Constantino Bértolo
< De los diversos instrumentos del hombre, el más
asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El
microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es
extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su
brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de
la imaginación.> 
Borges
<“La literatura es esencialmente soledad. Se 
escribe en soledad, se lee en soledad y, pese a todo, el acto de la 
lectura permite una comunicación entre dos seres humanos.”> 
Paul Auster
<"Todos nos leemos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea para vislumbrar qué somos y dónde estamos. Leemos para entender, o para empezar a entender. No tenemos otro remedio que leer. Leer, casi tanto como respirar, es nuestra función esencial."> 
Alberto Manguel.
< No,
 no es por el éxito por lo que hay que leer. Es para vivir más. (...) De
 todas maneras, no se dejen amedrentar por los que dicen que hay que 
leer sólo libros importantes. Tengo recuerdos intensos y muy hermosos de
 libros quizá insulsos, pero que alimentaron largas tardes de 
excitación”.> 
Umberto Eco.
<Leer es buscar otras realidades para poder entender mejor esta realidad> 
Fabricio Caivano.
<En algún lugar de un libro hay una frase esperándonos para darle sentido a la existencia>
 Cervantes.
< Inmersión, sumergirse: hay mucha poesía en las expresiones más 
comunes. Uno se sumerge en un libro, desciende lentamente hacia el fondo
 de un medio más denso y menos iluminado que la realidad exterior. Uno 
cierra su escotilla, se acomoda en el silencio. El mundo real, unas 
veces es gozoso y otras es hostil. En la cámara sumergida del libro, uno
 se encuentra a salvo de todo, transitoriamente. El mundo real, la 
experiencia concreta, pueden ser felices o desdichados, estimulantes o 
tediosos: sea como sea, uno vive en ellos sometido a severas 
limitaciones de tiempo y espacio, a un reparto de personajes nunca 
numeroso, a la posibilidad del aburrimiento. El libro multiplica las 
dimensiones del mundo y la variedad de los paisajes y las vidas; lo 
salva a uno de la inmediatez literal de las cosas, de su anclaje fatal 
en el aquí y en el ahora, en el yo consabido. Pero el libro no embota la
 curiosidad hacia el espectáculo ilimitado y gozoso de lo más cercano: 
bien leído, es una lente de aumento, un microscopio, un telescopio, una 
máquina del tiempo.
Pero uno no lee para aprender, ni para saber más, ni para escaparse. 
Uno lee porque la lectura es un vicio perfectamente compatible con la 
escasez de medios, con la falta de esa audacia que otros vicios 
requieren, y, más importante todavía, con la absoluta pereza. El buen 
aficionado lleva a cabo la mayor parte de sus mejores lecturas en 
diversos grados de proximidad a la posición horizontal. Bien es verdad 
que también se somete a las mayores incomodidades: lee de pie, en un 
vagón del metro; lee en la dura silla de una biblioteca pública, bajo 
una luz escasa que le daña los ojos; incluso en medio de la calle, con 
la misma impaciencia con que alguien que ha comprado una barra de pan 
recién hecha le arranca el pico tostado y se lo va comiendo en el camino
 hacia casa. Aquel lector definitivo, fanático, que fue Juan Carlos 
Onetti me contó una vez la emoción de ir por una calle de Buenos Aires 
leyendo una novela recién adquirida de William Faulkner, incapaz de 
contenerse hasta llegar a casa, hasta encontrar un banco en un parque. 
Cuando se tienen pocos libros, el único remedio contra la escasez es 
empezar de nuevo por la primera página a continuación de la última. A mí
 me pasó eso, a los 12 años, cuando descubrí La isla misteriosa, de 
Julio Verne, en una de aquellas ediciones memorables de la colección 
Historias. El vicio ha de ser alimentado, pero es un vicio tan feliz que
 la sustancia de la que se alimenta permanece intacta una vez consumida,
 incluso puede ser todavía más satisfactoria: es una refutación de ese 
antipático dicho inglés según el cual no es posible comerse la tarta y 
seguir teniéndola. Yo llegaba al final de La isla misteriosa y como no 
tenía ningún otro libro a mano volvía al primer capítulo, y la escena 
magnífica de los fugitivos que viajan en un globo arrastrado por un 
huracán era todavía más apasionante. ¿Cuántas veces puede uno leer un 
poema que le gusta mucho teniendo la sensación de que lo lee por primera
 vez? Pero la poesía, en su sentido más alto, no es un género literario,
 sino el ingrediente supremo de toda literatura, la nicotina que nos la 
vuelve adictiva, la dosis de uranio de la que se desprende una radiación
 perpetua, activa a lo largo de siglos, de milenios, tan poderosa que 
traspasa las distancias culturales y las barreras de los idiomas: hay 
tantos libros muertos que se escribieron ayer mismo, en nuestra misma 
lengua, y, sin embargo, Edipo rey, o la Iliada, o una oración egipcia 
para invocar a los muertos nos afectan con su radiactividad inmediata, 
brillan en la oscuridad como aquel mineral de uranio que los esposos 
Curie investigaban en su laboratorio.
 (...)
 El lector vicioso es entusiasta y apasionado, pero no es arrogante, 
porque lo último que haría es exhibir el número de sus lecturas o 
pavonearse de ellas y mirar desde arriba a quienes no las comparten. El 
número de las obras maestras es muy amplio, de modo que cada lector 
tiene un espacio de soberanía en el que escoger las que a él más le 
importan. Cada lector es soberano de su reino privado, y los 
descubrimientos que alguien en particular hace en un libro, otra persona
 puede hacerlos en otro. Uno quiere transmitir sus entusiasmos, no 
ejercitar el desprecio, y menos todavía condecorarse con el mérito de lo
 que ha leído, o, peor aún, convertirse en un impostor o en un comisario
 político, o ponerse por encima de los que no pertenecen a su cofradía.> 
Antonio Muñóz Molina.
 <“Soy un lector compulsivo. No puedo estar sin leer. Es puro placer, pero
 no comparto esas supersticiones que existen en torno a la lectura, como
 la de tener que acabar un libro o leer libros llamados importantes, la 
de leer uno solo a la vez, la de no escribir en ellos. Un verdadero 
lector no se cree esas cosas”.> 
Alberto Manguel
 <Vivir sin leer es peligroso. Porque obliga a conformarse con la vida> 
Michael Houellebecq.
Estas son solo algunas citas que he encontrado por ahí, son fantástica e increíblemente verdaderas. Pronto publicaré más. 
Mayo
xx
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