domingo, 29 de noviembre de 2015

Sobre creencias, sobre fe, sobre algo a los que aferrarse.


Hasta donde tenemos conocimiento al respecto, el desarrollo de la raza humana puede caracterizarse como la emergencia del hombre de la naturaleza, de la madre, de los lazos de la sangre y el suelo. En el comienzo de la historia humana, el hombre, si bien expulsado de la unidad original con la naturaleza, se aferra todavía a esos lazos primarios. Encuentra seguridad regresando o aferrándose a esos vínculos primitivos. Siéntese identificado todavía con el mundo de los animales y de los árboles, y trata de lograr la unidad formando parte del reino natural. Muchas religiones primitivas son manifestaciones de esa etapa evolutiva. Un animal se transforma en un tótem; se utilizan máscaras de animales en los actos religiosos o en la guerra; se adora a un animal como dios. En una etapa posterior de evolución, cuando la habilidad humana se ha desarrollado hasta alcanzar la del artesano o el artista, cuando el hombre no depende ya exclusivamente de los dones de la naturaleza -la fruta que encuentra y el animal que mata- el hombre transforma el producto de su propia mano en un dios. Es ésa la etapa de la adoración de ídolos hechos de arcilla, plata u oro. El hombre proyecta sus poderes y habilidades propios en las cosas que hace, y así, a distancia, adora sus proezas, sus posesiones. En una etapa ulterior, el hombre da a sus dioses la forma de seres humanos. Parece que eso sólo puede ocurrir cuando el hombre se ha tornado más consciente de sí mismo, y cuando ha descubierto al hombre como la «cosa» más elevada y digna en el mundo. En esa fase de adoración de un dios antropomórfico, encontramos una evolución de dos dimensiones. Una se refiere a la naturaleza femenina o masculina de los dioses, la otra al grado de madurez alcanzada por el hombre, grado que determina la naturaleza de sus dioses y la naturaleza de su amor a ellos. 

Hablemos en primer término del paso desde las religiones matriarcales a las patriarcales. De acuerdo con los notables y decisivos descubrimientos de Bachofen y Morgan a mediados del siglo pasado, y a pesar de que la mayoría de los círculos académicos rechazó esos hallazgos, no parecen existir dudas acerca de la existencia de una fase matriarcal de la religión, anterior a la patriarcal, por lo menos en muchas culturas. En la fase matriarcal, el ser superior es la madre. Es la diosa, y así mismo la autoridad en la familia y la sociedad. Para comprender la esencia de la religión matriarcal basta recordar lo dicho sobre la esencia del amor materno. El amor de la madre es incondicional, y también es omniprotector y envolvente; como es incondicional, tampoco puede controlarse o adquirirse. Su presencia da a la persona amada una sensación de dicha; su ausencia produce un sentimiento de abandono y profunda desesperación. Puesto que la madre ama a sus hijos porque son sus hijos, y no porque sean «buenos», obedientes, o cumplan sus deseos y órdenes, el amor materno se basa en la igualdad. Todos los hombres son iguales, porque son todos hijos de una madre, porque todos son hijos de la Madre Tierra. 

La etapa siguiente de la evolución humana, la única que conocemos plenamente y a cuyo respecto no tenemos necesidad de confiar en inferencias y reconstrucciones, es la fase patriarcal. En ella, la madre pierde su posición suprema y el padre se convierte en el Ser Supremo, tanto en la religión como en la sociedad. La naturaleza del amor del padre le hace tener exigencias, establecer principios y leyes, y a que su amor al hijo dependa de la obediencia de éste a sus demandas. Prefiere al hijo que más se le asemeja, al más obediente y capacitado para sucederle, como heredero de todas sus posesiones. (El desarrollo de la sociedad patriarcal es paralelo al de la propiedad privada.) Como consecuencia, la sociedad patriarcal es jerárquica; la igualdad de los hermanos se transforma en competencia y lucha mutua. Sea que consideremos las culturas india, egipcia o griega, o las religiones judeo-cristiana o islámica, nos encontramos en medio de un mundo patriarcal, con dioses masculinos, sobre los que reina un dios principal, o donde todos los dioses han sido eliminados menos Uno, el Dios. 

(...)

Si seguimos la maduración de la idea monoteísta en sus consecuencias ulteriores sólo llegaremos a una conclusión: no mencionar para nada el nombre de Dios (o los nombres alternativos), no hablar acerca de Dios. Dios se convierte entonces en lo que es potencialmente en la teología monoteísta, el Uno sin nombre, un balbuceo inexpresable, que se refiere a la unidad subyacente al universo fenoménico, la fuente de toda existencia; Dios se torna verdad, amor, justicia. Dios es yo, en la medida en que soy humano. 

EL arte de amar, Erich Fromm

Los budistas le llaman "La Iluminación"
"La Nada Absoluta"
Los cristianos, católicos, musulmanes le llaman "Dios"
Los Adem de Patrick Rothfuss le llama "Lethani"
Los orientales le llaman "Tao"

Todos son lo mismo, son todo, son nada, son las respuestas y las preguntas, la religión, el ateísmo, la ciencia. 


Cuando tenía 11 años, y empezaba a formarme mis opiniones sobre el mundo, llegué a la conclusión de que Dios no existía, descubrí a los simios en África, a Darwin, y a la teoría del Big Bang (que, por cierto, últimamente he descubierto que no es tan segura como creía entonces), me enteré de cuantos habían muerto en las guerras y que decir números era mucho más fácil que decir nombres, me enteré de los niños que se mueren de hambre en todos lados, de los que son asesinados, de los que no se pueden despedir. Me negué a asistir a las iglesias católicas, y decidí que iba a ser feliz creyendo solo en la ciencia. Y así fue por algunos años. Era feliz, creyendo que estábamos solos, y un par de años después llegué a la conclusión de que si bien Dios existía, nos había dejado solos,o si no existía en lo absoluto, estábamos solos. Así pues, decidí creer en los humanos, tarea nada fácil, porque había todo tipo de humanos, había humanos crueles que no merecían ser denominados << seres humanos>>, había humanos que dejaban morir a las personas frente a ellos, pero también los había quienes iban a lugares a los que nadie más quería ir, por el simple hecho de querer ayudar. 

Decidí creer en los humanos, y en el hecho de que no podíamos esperar a que un ser milagrosa nos salvara, teníamos que salvarnos solitos. 

Y funcionó más o menos bien, hasta que me dí cuenta que no aplicaba bien a mí, que era demasiado pequeña, demasiado impotente, que necesitaba algo a lo que aferrarme mientras me hacía lo suficientemente fuerte como para realmente aplicar lo de "salvarnos solitos".

Siguiendo esto, cuando tenía 15 años, decidí que necesitaba algo, necesitaba creer que había algo más que solo la muerte y la nada, porque era aterrador pensar lo contrarío. Necesitaba creer que los humanos eran algo más que química y biología. Necesitaba creer que cada vez que mi papá me abrazaba, lo que sentía era algo más que química, y que cada vez que mi mamá me peinaba lo que sentía no solo eran neuronas trabajando. Y que cada vez que miraba a mi perro, lo que me regresaba era algo más que solo un animal. Necesitaba creer que éramos más que eso, porque de lo contrarío todo sería inútil, insignificante. 

Porque si no había ese más, las lagrimas que derramaba sobre mis libros, y las cosas que escribía, y el gritar contra la almohada por mi primer corazón roto, y lo que sentía con las teclas del piano contra mis dedos, y con la guitarra vibrando contra mi pecho, y lo que derramaba en mis dibujos sin sentido, todo eso, no tendría sentido alguno y haría que mi misma esencia desapareciera entre las fórmulas químicas y las reacciones neurológicas. 

Así que decidí buscar más. Y me sumergí en libros religiosos, me sumergí en lo que había creído la gente antes de Dios, antes de la ciencia, antes de la filosofía. Y luego viene una gran desilusión, todas las religiones eran imperfectas, todas se contradecían, o tenían cosas machistas, o era irrealizables en una realidad inmediata, en mi realidad. 

Fue entonces cuando decidí que si ninguna me convencía, crearía mi propia <<religión>>. 

Por definición, religión es: Conjunto de creencias religiosas, de normas de comportamiento y de ceremonias de oración o sacrificio que son propias de un determinado grupo humano y con las que el hombre reconoce una relación con la divinidad (un dios o varios dioses).

Me centré en normas de comportamiento, y en preceptos sobre una vida pacífica. Tomé mucho del budismo (que era de mis favoritas), que estaba en mi top 5, Un poco del taoísmo, porque siempre me han gustado muchas cosas del pensamiento filosófico oriental  (como el Confucionismo), un poco de otro conjunto de religiones muy poco difundidas en la actualidad, y cuyo origen está en Oriente. Tomé un par de cosas de Jesús (quien ahora creo, era más un filosofo que un hijo de Dios). Unas cuantas cosas de los cristianos, y de los indios, algo de las creencias de los que alguna vez vivieron en lo que es hoy México. Y muchas cosas de religiones ya desaparecidas que pertenecieron a los primeros humanos que tuvieron tiempo de pensar en otra cosa aparte de su propia supervivencia. 

Jamás lo terminé. Investigué muchísimo, lo que por supuesto me ayudó a crecer culturalmente, porque hablar de religiones es hablar del ser humano mismo y de su historia. Pero no llegué a escribir los preceptos, sin embargo, me formé una idea más clara de lo que en realidad necesitaba. 

Es difícil ponerlo en palabras, pero básicamente, lo que necesitaba, era creer en lo espiritual. Porque físicamente estaba muy lejos de estar bien. No porque no fuera "guapa", sino más bien porque había problemas físicos dentro. Socialmente, si bien nunca he tenido muchos amigos, en el núcleo principal (mi familia) estaba bien, todo lo bien que podía estar. Me quería a mí misma, quería a los que me rodeaban y recibía amor. 

Encontré que de lo que se trataba esencialmente, la religión, era de la ética. Todos los preceptos que me habían gustado de todas las religiones, hablaban sobre actuar <<correctamente>>. Lo cual, dado que mi educación moral no había estado mal, de hecho había sido bastante buena (soy una de las pocas afortunadas), era fácil, quería estar en paz, quería traer paz a los demás, solo había que hacer lo correcto. 

Lo bueno y lo malo se podrían distinguir así: 

Es bueno cuando es bueno para ti, cuando te conviene. 
Es bueno cuando te conviene y no le afecta a los demás. 
Es malo cuando le haces daño a otro ser vivo. 
Es bueno cuando es por el bien de otro ser vivo, aunque a veces duela. 

Claro que no es tan fácil. ¿Es bueno ganarle a alguien más, si sé que le va a doler? Esto depende de cada quien, pero para mí, siempre y cuando respete a mi oponente como se lo merece todo oponente, es bueno. De nuevo, para MÍ. 

Tienes que decidir todo esto por ti mismo, no es fácil, hay cosas especialmente difíciles. Pero son decisiones que se tienen que tomar. 

En todo caso, estoy bien viviendo con ello, estoy bien creyendo en el agradecimiento como el <ittadakimasu> de los japoneses. Estoy bien creyendo en los seres humanos y en mí misma. 

Mayo xoxox