viernes, 11 de diciembre de 2015

El templo de las mil puertas

¡Es una revista literaria!
¡Los que la escriben son de hecho -jóvenes- (más o menos)!

Le vengo a presentar y recomendar esta revista literaria online. A mi me encanta, me enteré de ella a través de un videoblogger (Sebas G Mouret). Y me parece super buena. Si buscan recomendaciones,  entrevistas y reportajes de libros juveniles y no solo de los clásicos (que son los que siempre vienen en la sección de cultura), esta es su revista.

Aquí les dejo la página:

El templo de las mil puertas.


Día del libro

ANTONIO GALA / LA TRONERA

Día del libro

Se ha dicho: el fin de la literatura ha llegado; los hombres aprenden escuchando y mirando; la imagen tomó posesión de la cultura. El solitario solidario ve el aparato sordomudo, y acaricia los libros. Ellos son sus pontífices: abaten, al abrirlos, sus puentes levadizos entre una y otra época, entre un país y otro, entre una y otra alma, y una y otra opinión. El lector necesita ser su cómplice, hundirse en ellos, colaborar con ellos, ofrecerse. A cambio recibirá lo mejor de otro ser: una compañía que no le habría proporcionado con su convivencia, una pértiga que salta por encima del espacio y del tiempo.

       EL MUNDO, 23 de abril de 2002 

domingo, 29 de noviembre de 2015

Sobre creencias, sobre fe, sobre algo a los que aferrarse.


Hasta donde tenemos conocimiento al respecto, el desarrollo de la raza humana puede caracterizarse como la emergencia del hombre de la naturaleza, de la madre, de los lazos de la sangre y el suelo. En el comienzo de la historia humana, el hombre, si bien expulsado de la unidad original con la naturaleza, se aferra todavía a esos lazos primarios. Encuentra seguridad regresando o aferrándose a esos vínculos primitivos. Siéntese identificado todavía con el mundo de los animales y de los árboles, y trata de lograr la unidad formando parte del reino natural. Muchas religiones primitivas son manifestaciones de esa etapa evolutiva. Un animal se transforma en un tótem; se utilizan máscaras de animales en los actos religiosos o en la guerra; se adora a un animal como dios. En una etapa posterior de evolución, cuando la habilidad humana se ha desarrollado hasta alcanzar la del artesano o el artista, cuando el hombre no depende ya exclusivamente de los dones de la naturaleza -la fruta que encuentra y el animal que mata- el hombre transforma el producto de su propia mano en un dios. Es ésa la etapa de la adoración de ídolos hechos de arcilla, plata u oro. El hombre proyecta sus poderes y habilidades propios en las cosas que hace, y así, a distancia, adora sus proezas, sus posesiones. En una etapa ulterior, el hombre da a sus dioses la forma de seres humanos. Parece que eso sólo puede ocurrir cuando el hombre se ha tornado más consciente de sí mismo, y cuando ha descubierto al hombre como la «cosa» más elevada y digna en el mundo. En esa fase de adoración de un dios antropomórfico, encontramos una evolución de dos dimensiones. Una se refiere a la naturaleza femenina o masculina de los dioses, la otra al grado de madurez alcanzada por el hombre, grado que determina la naturaleza de sus dioses y la naturaleza de su amor a ellos. 

Hablemos en primer término del paso desde las religiones matriarcales a las patriarcales. De acuerdo con los notables y decisivos descubrimientos de Bachofen y Morgan a mediados del siglo pasado, y a pesar de que la mayoría de los círculos académicos rechazó esos hallazgos, no parecen existir dudas acerca de la existencia de una fase matriarcal de la religión, anterior a la patriarcal, por lo menos en muchas culturas. En la fase matriarcal, el ser superior es la madre. Es la diosa, y así mismo la autoridad en la familia y la sociedad. Para comprender la esencia de la religión matriarcal basta recordar lo dicho sobre la esencia del amor materno. El amor de la madre es incondicional, y también es omniprotector y envolvente; como es incondicional, tampoco puede controlarse o adquirirse. Su presencia da a la persona amada una sensación de dicha; su ausencia produce un sentimiento de abandono y profunda desesperación. Puesto que la madre ama a sus hijos porque son sus hijos, y no porque sean «buenos», obedientes, o cumplan sus deseos y órdenes, el amor materno se basa en la igualdad. Todos los hombres son iguales, porque son todos hijos de una madre, porque todos son hijos de la Madre Tierra. 

La etapa siguiente de la evolución humana, la única que conocemos plenamente y a cuyo respecto no tenemos necesidad de confiar en inferencias y reconstrucciones, es la fase patriarcal. En ella, la madre pierde su posición suprema y el padre se convierte en el Ser Supremo, tanto en la religión como en la sociedad. La naturaleza del amor del padre le hace tener exigencias, establecer principios y leyes, y a que su amor al hijo dependa de la obediencia de éste a sus demandas. Prefiere al hijo que más se le asemeja, al más obediente y capacitado para sucederle, como heredero de todas sus posesiones. (El desarrollo de la sociedad patriarcal es paralelo al de la propiedad privada.) Como consecuencia, la sociedad patriarcal es jerárquica; la igualdad de los hermanos se transforma en competencia y lucha mutua. Sea que consideremos las culturas india, egipcia o griega, o las religiones judeo-cristiana o islámica, nos encontramos en medio de un mundo patriarcal, con dioses masculinos, sobre los que reina un dios principal, o donde todos los dioses han sido eliminados menos Uno, el Dios. 

(...)

Si seguimos la maduración de la idea monoteísta en sus consecuencias ulteriores sólo llegaremos a una conclusión: no mencionar para nada el nombre de Dios (o los nombres alternativos), no hablar acerca de Dios. Dios se convierte entonces en lo que es potencialmente en la teología monoteísta, el Uno sin nombre, un balbuceo inexpresable, que se refiere a la unidad subyacente al universo fenoménico, la fuente de toda existencia; Dios se torna verdad, amor, justicia. Dios es yo, en la medida en que soy humano. 

EL arte de amar, Erich Fromm

Los budistas le llaman "La Iluminación"
"La Nada Absoluta"
Los cristianos, católicos, musulmanes le llaman "Dios"
Los Adem de Patrick Rothfuss le llama "Lethani"
Los orientales le llaman "Tao"

Todos son lo mismo, son todo, son nada, son las respuestas y las preguntas, la religión, el ateísmo, la ciencia. 


Cuando tenía 11 años, y empezaba a formarme mis opiniones sobre el mundo, llegué a la conclusión de que Dios no existía, descubrí a los simios en África, a Darwin, y a la teoría del Big Bang (que, por cierto, últimamente he descubierto que no es tan segura como creía entonces), me enteré de cuantos habían muerto en las guerras y que decir números era mucho más fácil que decir nombres, me enteré de los niños que se mueren de hambre en todos lados, de los que son asesinados, de los que no se pueden despedir. Me negué a asistir a las iglesias católicas, y decidí que iba a ser feliz creyendo solo en la ciencia. Y así fue por algunos años. Era feliz, creyendo que estábamos solos, y un par de años después llegué a la conclusión de que si bien Dios existía, nos había dejado solos,o si no existía en lo absoluto, estábamos solos. Así pues, decidí creer en los humanos, tarea nada fácil, porque había todo tipo de humanos, había humanos crueles que no merecían ser denominados << seres humanos>>, había humanos que dejaban morir a las personas frente a ellos, pero también los había quienes iban a lugares a los que nadie más quería ir, por el simple hecho de querer ayudar. 

Decidí creer en los humanos, y en el hecho de que no podíamos esperar a que un ser milagrosa nos salvara, teníamos que salvarnos solitos. 

Y funcionó más o menos bien, hasta que me dí cuenta que no aplicaba bien a mí, que era demasiado pequeña, demasiado impotente, que necesitaba algo a lo que aferrarme mientras me hacía lo suficientemente fuerte como para realmente aplicar lo de "salvarnos solitos".

Siguiendo esto, cuando tenía 15 años, decidí que necesitaba algo, necesitaba creer que había algo más que solo la muerte y la nada, porque era aterrador pensar lo contrarío. Necesitaba creer que los humanos eran algo más que química y biología. Necesitaba creer que cada vez que mi papá me abrazaba, lo que sentía era algo más que química, y que cada vez que mi mamá me peinaba lo que sentía no solo eran neuronas trabajando. Y que cada vez que miraba a mi perro, lo que me regresaba era algo más que solo un animal. Necesitaba creer que éramos más que eso, porque de lo contrarío todo sería inútil, insignificante. 

Porque si no había ese más, las lagrimas que derramaba sobre mis libros, y las cosas que escribía, y el gritar contra la almohada por mi primer corazón roto, y lo que sentía con las teclas del piano contra mis dedos, y con la guitarra vibrando contra mi pecho, y lo que derramaba en mis dibujos sin sentido, todo eso, no tendría sentido alguno y haría que mi misma esencia desapareciera entre las fórmulas químicas y las reacciones neurológicas. 

Así que decidí buscar más. Y me sumergí en libros religiosos, me sumergí en lo que había creído la gente antes de Dios, antes de la ciencia, antes de la filosofía. Y luego viene una gran desilusión, todas las religiones eran imperfectas, todas se contradecían, o tenían cosas machistas, o era irrealizables en una realidad inmediata, en mi realidad. 

Fue entonces cuando decidí que si ninguna me convencía, crearía mi propia <<religión>>. 

Por definición, religión es: Conjunto de creencias religiosas, de normas de comportamiento y de ceremonias de oración o sacrificio que son propias de un determinado grupo humano y con las que el hombre reconoce una relación con la divinidad (un dios o varios dioses).

Me centré en normas de comportamiento, y en preceptos sobre una vida pacífica. Tomé mucho del budismo (que era de mis favoritas), que estaba en mi top 5, Un poco del taoísmo, porque siempre me han gustado muchas cosas del pensamiento filosófico oriental  (como el Confucionismo), un poco de otro conjunto de religiones muy poco difundidas en la actualidad, y cuyo origen está en Oriente. Tomé un par de cosas de Jesús (quien ahora creo, era más un filosofo que un hijo de Dios). Unas cuantas cosas de los cristianos, y de los indios, algo de las creencias de los que alguna vez vivieron en lo que es hoy México. Y muchas cosas de religiones ya desaparecidas que pertenecieron a los primeros humanos que tuvieron tiempo de pensar en otra cosa aparte de su propia supervivencia. 

Jamás lo terminé. Investigué muchísimo, lo que por supuesto me ayudó a crecer culturalmente, porque hablar de religiones es hablar del ser humano mismo y de su historia. Pero no llegué a escribir los preceptos, sin embargo, me formé una idea más clara de lo que en realidad necesitaba. 

Es difícil ponerlo en palabras, pero básicamente, lo que necesitaba, era creer en lo espiritual. Porque físicamente estaba muy lejos de estar bien. No porque no fuera "guapa", sino más bien porque había problemas físicos dentro. Socialmente, si bien nunca he tenido muchos amigos, en el núcleo principal (mi familia) estaba bien, todo lo bien que podía estar. Me quería a mí misma, quería a los que me rodeaban y recibía amor. 

Encontré que de lo que se trataba esencialmente, la religión, era de la ética. Todos los preceptos que me habían gustado de todas las religiones, hablaban sobre actuar <<correctamente>>. Lo cual, dado que mi educación moral no había estado mal, de hecho había sido bastante buena (soy una de las pocas afortunadas), era fácil, quería estar en paz, quería traer paz a los demás, solo había que hacer lo correcto. 

Lo bueno y lo malo se podrían distinguir así: 

Es bueno cuando es bueno para ti, cuando te conviene. 
Es bueno cuando te conviene y no le afecta a los demás. 
Es malo cuando le haces daño a otro ser vivo. 
Es bueno cuando es por el bien de otro ser vivo, aunque a veces duela. 

Claro que no es tan fácil. ¿Es bueno ganarle a alguien más, si sé que le va a doler? Esto depende de cada quien, pero para mí, siempre y cuando respete a mi oponente como se lo merece todo oponente, es bueno. De nuevo, para MÍ. 

Tienes que decidir todo esto por ti mismo, no es fácil, hay cosas especialmente difíciles. Pero son decisiones que se tienen que tomar. 

En todo caso, estoy bien viviendo con ello, estoy bien creyendo en el agradecimiento como el <ittadakimasu> de los japoneses. Estoy bien creyendo en los seres humanos y en mí misma. 

Mayo xoxox

lunes, 31 de agosto de 2015

Cansancio

¿Han tenido uno de esos días, ta pero tan pesado, que sienten todo su cuerpo tenso y agotado?

Hoy fue uno de esos para mí, es realmente horrible. Por algunas razones que van desde hace más de diez años atrás, me operaron y tengo unos cuantos clavos en mi pierna, así que no puedo caminar. Y justo me doy cuenta que esos días tan cansados en los que haces tarea durante más de tres horas seguidas es mucho, muchísimo más duro si no puedes caminar.

En todo caso, es terrible.

Hasta mañana.

xoxo

VIRIA

En esta entrada les voy a presentar a una de las mejores artistas del mundo. Que representa personajes de sus libros/series y demás cosas favoritas (al menos es lo que entiendo). Yo, personalmente, la conocí, por sus increíbles representaciones de los personajes de la saga Percy Jackson. A mi parecer, los representa perfectamente bien, justo como yo al menos, los imaginaba. O si no los imaginaba todavía, ella me dio la imagen.

Sube sus perfectas obras en su tumblr. Del cuál les dejo el link----> http://viria.tumblr.com/

En seguida le enseñare algunos de sus dibujos. 

*lo siguiente puede contener spoilers*
#PorUnMundoSinSpoilers















miércoles, 27 de mayo de 2015

TE VI

 La primera vez que te vi, mi corazón palpitó, una, dos, tres veces, fuerte, alto, claro. Me pareció un milagro que no te dieras cuenta. Fue solo un momento, un vistazo, me golpeó como un mazo. Fue horrible.

La segunda vez que te vi, fue en el autobús de la escuela. Hablamos, no demasiado, pero dijiste hola, y otras cosas más, ni siquiera me acuerdo, se me reventaba el corazón; pero claro que no te diste cuenta, soy muy buena para ocultar cosas, sobre todo cuando se trata de mí.

La tercera vez que te vi, me contaste chistes, me hiciste reír, descubrí que me gustaba tu forma de pensar, y no solo tu encantadora sonrisa y los bonitos ojos detrás de la gafas. Se me aceleró el pulso y sonreí como tonta todo el día.

La cuarta vez que te vi, estabas pálido, nervioso, creo que hasta un poco asustado, te preocupaban los resultados. Yo intenté calmarte, creo que lo conseguí, hablamos, durante un largo rato, muy largo creo. Y me contaste que querías ser una gran lector (ya lo eres, solo que aún no te das cuenta), también me dijiste que querías ser presidente, y que no ibas a ser como los demás, que tu si ibas a ser bueno. Me dijiste sobre lo bonitos que son los días nublados y las fogatas. Y que te gustaban mucho los espaguetis y las papas fritas.  Y me contaste cuanto te gustaba Harry Potter, y pensé que me podía morir ahí mismo sin lamentar nada. Las cosas que me haces pensar. Me hiciste sentir tan bien, no me miraste con extrañeza cada vez que decía cosas extrañas, no pensaste que era rara, o aburrida (eso creo), te reíste de mis chistes, comimos juntos, hablamos de cosas sin importancia, me confiaste tu cosas. Fue el mejor día de mi vida.

La quinta vez que te vi, me saludaste, sonreíste. Te noté un poco diferente, no hablamos demasiado, pero no me preocupé, no me gusta preocuparme.

Te vi más veces, pasando por la plaza de la escuela, cuando no teníamos nada que hacer. Solo decías hola y sonreías. Me bastaba con eso.

Hace tres días te vi. Ya lo sabía. Lo sabía perfectamente, me lo habían dicho dos días después de conocerte, y aun así, tonta de mí, no me importó, lo olvidé, como hago con todas las cosas dolorosas o desagradables, como hago con todos los sueños rotos y las horas de soledad en el salón de clases; como hago con todas las cosas importantes; una voz en mi cabeza no dejaba de gritarme cada vez que te saludaba, sabía que iba a doler, no le hice caso, tonta, tonta, tonta.

Bajaba de las escaleras, el día de por sí había sido malo. Me había dado cuenta de lo sola que estaba en la escuela, y de lo mucho que me importaba, no es que no me hubiera dado cuenta antes, es que lo había olvidado, me había forzado a olvidarlo, era una cobarde, no me gustaba el dolor y menos la realidad. Pero ese día en especial lo había recordado, me habían hecho recordarlo. Tenía ganas de llorar, y solo mi fuerza de voluntad me impidió deshacerme en lágrimas estando en la escuela. Me fui, huí, como siempre hago. Escape del dolor, intentando olvidar otra vez.


Y te vi. Estabas besando a tu novia. Con los ojos cerrados, la sostenías dulcemente. No sentí enojo o celos. Lo sabía, lo sabía, me maldije a mí misma por no haber hecho caso a la voz en mi cabeza. Tomé el primer autobús que pasó, no era el mío. Aguante las lágrimas todo el camino. Olvidé. O al menos empecé a hacerlo. Llegué a mi casa, busqué mil formas de distraerme, de olvidar, odio llorar. Llorar es para débiles. Aún duele.  Es difícil. Duele. Duele tanto. 




Este es un original. Espero que les haya gustado. Por favor comente, y así podré mejorar. Gracias por leer. 

Abril Bernabé

CUMPLEAÑOS NÚMERO 13

Voy a cumplir 13 años. Una semana antes de que suceda, el tío Paco pregunta a cada rato la manera en que quiero celebrarlo. Aparece junto a mi cama, en la mesita de noche, todas las mañanas, una notita escrita que va diciendo: "¡Faltan siete días!",  "¡Faltan seis días!", "¡Faltan cinco días!" . Parece que anunciara el despegue de una espectacular misión espacial hacia la Luna o el lanzamiento de un nuevo refresco que todo el país está esperando. Creo que el tío está intentando hacerme feliz, me queda claro; pero, sobre todo, intenta que me quite la pesadumbre ésa, la amarga y dolorosa que no acaba de abandonarme desde que mis padres murieron. 

Los niños son (¿somos?) crueles. En pleno partido de fútbol en la escuela, y ante una entrada que, confieso, hice con demasiada fuerza sobre el tobillo de un rival, sin mala fe, sólo llevado por la emoción del encuentro, el compañero, tirado en el suelo, exagerando un poco sus muecas de dolor, me miró directamente a los ojos, mientras yo le extendía una mano para que se levantara y me gritó: "¡Huérfano!"

Me quedé inmóvil, pensando en cuál insulto doblemente poderoso y contundente responderle. Pero me quedé callado. No era un insulto en regla, más bien, describía mi actual condición. Era como llamar ciego a un ciego, cojo a un cojo o  sordo a un sordo, aunque este último no pudiera oírlo. Pero me dolió. No por la palabra, más bien por su irreversibilidad. Puedes dejar de ser serio si te operan la vista; usar muletas o una prótesis para caminar, en caso de que te falte una pierna; tener un aparato de ésos de pequeñísimas pilas para escuchar. Pero la muerte no tiene marcha atrás. Es cierto que alguien puede adoptarte y volver así a tener padres. Pero padres adoptivos. No me parece que sea igual. 

Tengo un amigo adoptado que se llama Wolfgang, como Mozart. Es moreno y lo llamamos Wolf, lobo en inglés. A él le gusta, se siente como comando de misiones especiales o jefe de una tribu apache. Cada vez le dice su nombre completo lo corrige inmediatamente: "Wolf, me llamo Wolf". 

El caso es que Wolf sostiene que es exatamente lo mismo ser adoptado o no. Incluso, que muchos adoptados son más queridos porque fueron elegidos, mientras que los que salen del vientre materno son simplemente queridos por ese motivo. "Piénsalo -me dice-. Mi mamá siempre dice que el día en el nos encontramos por primera vez, nos quedamos viendo fijamente a los ojos y los dos, al mismo tiempo, dijimos, sin decirlo, "¡Somos el uno para el otro!" En cambio, los hijos que nacen de padres "naturales", aunque no sean el uno para el otro, se jodieron y tienen que aguantarse para siempre, quieran o no quieran al otro."

No le faltaba razón . Conozco a más de uno que le tocaron en suerte unos padres malísimos de malolandia; de esos que no están nunca o que lo dejan encargado con cualquiera, y generalmente "cualquiera" no tiene idea de cuáles son los sueños, las necesidades y los deseos de los niños. A mí me tocó el premio mayor de la rifa: el tío Paco. Ése que pone en la mesita el recordatorio de los días que faltan para que cumpla trece, como si fuera un suceso que mereciera salir en la televisión, en el noticiero de las diez, como noticia exclusiva. 
Si fuera judío me haría un Bar Mitzbá, dice  el tío Paco. Sólo que no es día exacto del cumpleaños, sino un día después. Es cuando los niños judíos dejan de ser niños y se convierten en adultos. A los trece años y un día exactamente. Debe ser un número muy importante, porque también a los trece, los niños masai, esa tribu de guerreros africanos altos, fuertes y valientes, salen a dar su "largo viaje". Pasan  una semana solos en la selva o en el desierto, no me queda muy claro, son comida ni agua, sólo con una lanza, y tienen que sobrevivir. Cuando regresan a la aldea ya son adultos. Me parece que pasa lo mismo con algunos muchachos de Australia, los aborígenes de ahí. Leí que la palabra "aborigen"  viene del latín y significa "desde el origen", o sea, estaban allí, en su mundo, antes de que llegaran los colonizadores europeos y les hiciera la vida de cuadritos. Entre algunas tribus originarias de Norteamerica, que no "indios", porque ésos son de la India, al llegar a la adultez, su cabeza es coronada por una pluma de halcón. 

El caso es que voy a cumplir trece años y, por lo visto, se necesita algún ritual que marque claramente que dejaré de ser niño para convertirme en adulto. 

Pero no soy judío, ni masai, ni aborigen australiano, así que no tengo ni idea de qué va a pasar, o que se le ocurrirá a mi tío Paco. Porque si algo tiene el tío Paco, son ideas. Algunas divertidísimas y otras, incluso, un poco peligrosas. 

Dentro de mí hay una especie de confusión confusa. Voy a ser adulto, pero la verdad, me siguen encantando algunas cosas que parecería que son de niños: las canicas de colores, los álbumes de estampas, las paletas heladas, las caricaturas en la televisión. Y algunas que son de adulto, como Roxana, la baraja española, los noticieros, , y sobre todo, los libros. 

Los mejores: Sandokán y los tigres de la Malasia y El corsario negro de Salgari; La Vuelta al Mundo en 80 días y De la Tierra a la Luna de Julio Verne; El Conde de Montecristo y Los Tres Mosqueteros de Alejandro Dumas. Ahora mismo estoy leyendo El Diario de Ana Frank, que, obviamente es de Ana Frank

Dice el tío Paco cosas maravillosas sobre los libros, y lo apunté exactamente como lo dijo para no olvidarlo nunca: "Tabla para el náufrago, escudo para el bueno y horca para el ruin, paraguas para el sol y la lluvia, capote de torero, ladrillo que hace paredes que hace casas que hace ciudades que hace mundos. El libro es jardín que se puede llevar en el bolsillo, nave espacial que viaja en la mochila, arma para enfrentar las mejores batallas y afrentar a los peores enemigos, semilla de libertad, pañuelo para las lágrimas. El libro es cama mullida y cama de clavos, el libro te obliga a pensar, a sonreír, a llorar, a enojarte ante lo injusto y aplaudir la venganza de los justos. El libro es comida, techo, asiento, ropa que me arropa, boca que besa mi boca. Lugar que contiene al universo."

Me gusta lo que dice y cómo lo dice. El libro es uno de mis dos mejores amigos. El otro, por supuesto, es el tío Paco. 

El que inventó la pólvora. Carlos Fuentes.

Uno de los pocos intelectuales que aún existían en los días anteriores a la catástrofe, expresó que quizá la culpa de todo la tenía Aldous Huxley. Aquel intelectual -titular de la misma cátedra de sociología, durante el año famoso en que a la humanidad entera se le otorgó un Doctorado Honoris Causa, y clausuraron sus puertas todas las Universidades-, recordaba todavía algún ensayo de Music at Night: los snobismos de nuestra época son el de la ignorancia y el de la última moda; y gracias a éste se mantienen el progreso, la industria y las actividades civilizadas. Huxley, recordaba mi amigo, incluía la sentencia de un ingeniero norteamericano: «Quien construya un rascacielos que dure más de cuarenta años, es traidor a la industria de la construcción». De haber tenido el tiempo necesario para reflexionar sobre la reflexión de mi amigo, acaso hubiera reído, llorado, ante su intento estéril de proseguir el complicado juego de causas y efectos, ideas que se hacen acción, acción que nutre ideas. Pero en esos días, el tiempo, las ideas, la acción, estaban a punto de morir.

La situación, intrínsecamente, no era nueva. Sólo que, hasta entonces, habíamos sido nosotros, los hombres, quienes la provocábamos. Era esto lo que la justificaba, la dotaba de humor y la hacía inteligible. Éramos nosotros los que cambiábamos el automóvil viejo por el de este año. Nosotros, quienes arrojábamos las cosas inservibles a la basura. Nosotros, quienes optábamos entre las distintas marcas de un producto. A veces, las circunstancias eran cómicas; recuerdo que una joven amiga mía cambió un desodorante por otro sólo porque los anuncios le aseguraban que la nueva mercancía era algo así como el certificado de amor a primera vista. Otras, eran tristes; uno llega a encariñarse con una pipa, los zapatos cómodos, los discos que acaban teñidos de nostalgia, y tener que desecharlos, ofrendarlos al anonimato del ropavejero y la basura, era ocasión de cierta melancolía.

Nunca hubo tiempo de averiguar a qué plan diabólico obedeció, o si todo fue la irrupción acelerada de un fenómeno natural que creíamos domeñado. Tampoco, dónde se inició la rebelión, el castigo, el destino -no sabemos cómo designarlo. El hecho es que un día, la cuchara con que yo desayunaba, de legítima plata Christoph; se derritió en mis manos. No di mayor importancia al asunto, y suplí el utensilio inservible con otro semejante, del mismo diseño, para no dejar incompleto mi servicio y poder recibir con cierta elegancia a doce personas. La nueva cuchara duró una semana; con ella, se derritió el cuchillo. Los nuevos repuestos no sobrevivieron las setenta y dos horas sin convertirse en gelatina. Y claro, tuve que abrir los cajones y cerciorarme: toda la cuchillería descansaba en el fondo de las gavetas, excreción gris y espesa. Durante algún tiempo, pensé que estas ocurrencias ostentaban un carácter singular. Buen cuidado tomaron los felices propietarios de objetos tan valiosos en no comunicar algo que, después tuvo que saberse, era ya un hecho universal. Cuando comenzaron a derretirse las cucharas, cuchillos, tenedores, amarillentos, de alumno y hojalata, que usan los hospitales, los pobres, las fondas, los cuarteles, no fue posible ocultar la desgracia que nos afligía. Se levantó un clamor: las industrias respondieron que estaban en posibilidad de cumplir con la demanda, mediante un gigantesco esfuerzo, hasta el grado de poder reemplazar los útiles de mesa de cien millones de hogares, cada veinticuatro horas.

El cálculo resultó exacto. Todos los días, mi cucharita de té -a ella me reduje, al artículo más barato, para todos los usos culinarios- se convertía, después del desayuno, en polvo. Con premura, salíamos todos a formar cola para adquirir una nueva. Que yo sepa, muy pocas gentes compraron al mayoreo; sospechábamos que cien cucharas adquiridas hoy serían pasta mañana, o quizá nuestra esperanza de que sobrevivieran veinticuatro horas era tan grande como infundada. Las gracias sociales sufrieron un deterioro total; nadie podía invitar a sus amistades, y tuvo corta vida el movimiento, malentendido y nostálgico, en pro de un regreso a las costumbres de los vikingos.

Esta situación, hasta cierto punto amable, duró apenas seis meses. Alguna mañana, terminaba mi cotidiano aseo dental. Sentí que el cepillo, todavía en la boca, se convertía en culebrita de plástico; lo escupí en pequeños trozos. Este género de calamidades comenzó a repetirse casi sin interrupciones. 

Recuerdo que ese mismo día, cuando entré a la oficina de mi jefe en el Banco, el escritorio se desintegró en terrones de acero, mientras los puros del financiero tosían y se deshebraban, y los cheques mismos daban extrañas muestras de inquietud... Regresando a la casa, mis zapatos se abrieron como flor de cuero, y tuve que continuar descalzo. Llegué casi desnudo: la ropa se habla caído a jirones, los colores de la corbata se separaron y emprendieron un vuelo de mariposas. Entonces me di cuenta de otra cosa: los automóviles que transitaban por las calles se detuvieron de manera abrupta, y mientras los conductores descendían, sus sacos haciéndose polvo en las espaldas, emanando un olor colectivo de tintorería y axilas, los vehículos, envueltos en gases rojos, temblaban. 

Al reponerme de la impresión, fijé los ojos en aquellas carrocerías. La calle hervía en una confusión de caricaturas: Fords Modelo T, carcachas de 1909, Tin Lizzies, orugas cuadriculadas, vehículos pasados de moda.

La invasión de esa tarde a las tiendas de ropa y muebles, a las agencias de automóvil, resulta indescriptible. Los vendedores de coches -esto podría haber despertado sospechas- ya tenían preparado el Modelo del Futuro, que en unas cuantas horas fue vendido por millares. (Al día siguiente, todas las agencias anunciaron la aparición del Novísimo Modelo del Futuro, la ciudad se llenó de anuncios démodé del Modelo del día anterior -que, ciertamente, ya dejaba escapar un tufillo apolillado-, y una nueva avalancha de compradores cayó sobre las agencias.)

Aquí debo insertar una advertencia. La serie de acontecimientos a que me vengo refiriendo, y cuyos efectos finales nunca fueron apreciados debidamente, lejos de provocar asombro o disgusto, fueron aceptados con alborozo, a veces con delirio, por la población de nuestros países. Las fábricas trabajaban a todo vapor y terminó el problema de los desocupados. Magnavoces instalados en todas las esquinas, aclaraban el sentido de esta nueva revolución industrial: los beneficios de la libre empresa llegaban hoy, como nunca, a un mercado cada vez más amplio; sometida a este reto del progreso, la iniciativa privada respondía a las exigencias diarias del individuo en escala sin paralelo; la diversificación de un mercado caracterizado por la renovación continua de los artículos de consumo aseguraba una vida rica, higiénica y libre. «Carlomagno murió con sus viejos calcetines puestos -declaraba un cartel- usted morirá con unos Elasto-Plastex recién salidos de la fábrica.» La bonanza era increíble; todos trabajaban en las industrias, percibían enormes sueldos, y los gastaban en cambiar diariamente las cosas inservibles por los nuevos productos. Se calcula que, en mi comunidad solamente, llegaron a circular en valores y en efectivo, más de doscientos mil millones de dólares cada dieciocho horas.

El abandono de las labores agrícolas se vio suplido, y concordado, por las industrias química, mobiliaria y eléctrica. Ahora comíamos píldoras de vitamina, cápsulas y granulados, con la severa advertencia médica de que era necesario prepararlos en la estufa y comerlos con cubiertos (las píldoras, envueltas por una cera eléctrica, escapan al contacto con los dedos del comensal).

Yo, justo es confesarlo, me adapté a la situación con toda tranquilidad. El primer sentimiento de terror lo experimenté una noche, al entrar a mi biblioteca. Regadas por el piso, como larvas de tinta, yacían las letras de todos los libros. Apresuradamente, revisé varios tomos: sus páginas, en blanco. Una música dolorosa, lenta, despedida, me envolvió; quise distinguir las voces de las letras; al minuto agonizaron. Eran cenizas. Salí a la calle, ansioso de saber qué nuevos sucesos anunciaba éste; por el aire, con el loco empeño de los vampiros, corrían nubes de letras; a veces, en chispazos eléctricos, se reunían... amor rosa palabra, brillaban un instante en el cielo, para disolverse en llanto. A la luz de uno de estos fulgores, vi otra cosa: nuestros grandes edificios empezaban a resquebrajarse; en uno, distinguí la carrera de una vena rajada que se iba abriendo por el cuerpo de cemento. Lo mismo ocurría en las aceras, en los árboles, acaso en el aire. La mañana nos deparó una piel brillante de heridas. Buen sector de obreros tuvo que abandonar las fábricas para atender a la reparación material de la ciudad; de nada sirvió, pues cada remiendo hacía brotar nuevas cuarteaduras.

Aquí concluía el periodo que pareció haberse regido por el signo de las veinticuatro horas. A partir de este instante, nuestros utensilios comenzaron a descomponerse en menos tiempo; a veces en diez, a veces en tres o cuatro horas. Las calles se llenaron de montañas de zapatos y papeles, de bosques de platos rotos, dentaduras postizas, abrigos desbaratados, de cáscaras de libros, edificios y pieles, de muebles y flores muertas y chicle y aparatos de televisión y baterías. Algunos intentaron dominar a las cosas, maltratarlas, obligarlas a continuar prestando sus servicios; pronto se supo de varias muertes extrañas de hombres y mujeres atravesados por cucharas y escobas, sofocados por sus almohadas, ahorcados por las corbatas. Todo lo que no era arrojado a la basura después de cumplir el término estricto de sus funciones, se vengaba así del consumidor reticente.

La acumulación de basura en las calles las hacía intransitables. Con la huida del alfabeto, ya no se podían escribir directrices; los magnavoces dejaban de funcionar cada cinco minutos, y todo el día se iba en suplirlos con otros. ¿Necesito señalar que los basureros se convirtieron en la capa social privilegiada, y que la Hermandad Secreta de Verrere era, de facto, el poder activo detrás de nuestras instituciones republicanas? De viva voz se corrió la consigna: los intereses sociales exigen que para salvar la situación se utilicen y consuman las cosas con una rapidez cada día mayor. Los obreros ya no salían de las fábricas; en ellas se concentró la vida de la ciudad, abandonándose a su suerte edificios, plazas, las habitaciones mismas. En las fábricas, tengo entendido que un trabajador armaba una bicicleta, corría por el patio montado en ella; la bicicleta se reblandecía y era tirada al carro de la basura que, cada día más alto, corría como arteria paralítica por la ciudad; inmediatamente, el mismo obrero regresaba a armar otra bicicleta, y el proceso se repetía sin solución. Lo mismo pasaba con los demás productos; una camisa era usada inmediatamente por el obrero que la fabricaba, y arrojada al minuto; las bebidas alcohólicas tenían que ser ingeridas por quienes las embotellaban, y las medicinas de alivio respectivas por sus fabricantes, que nunca tenían oportunidad de emborracharse. Así sucedía en todas las actividades.

Mi trabajo en el Banco ya no tenía sentido. El dinero había dejado de circular desde que productores y consumidores, encerrados en las factorías, hacían de los dos actos uno. Se me asignó una fábrica de armamentos como nuevo sitio de labores. Yo sabía que las armas eran llevadas a parajes desiertos, y usadas allí; un puente aéreo se encargaba de transportar las bombas con rapidez, antes de que estallaran, y depositarlas, huevecillos negros, entre las arenas de estos lugares misteriosos.

Ahora que ha pasado un año desde que mi primera cuchara se derritió, subo a las ramas de un árbol y trato de distinguir, entre el humo y las sirenas, algo de las costras del mundo. El ruido, que se ha hecho sustancia, gime sobre los valles de desperdicio; temo -por lo que mis últimas experiencias con los pocos objetos servibles que encuentro delatan- que el espacio de utilidad de las cosas se ha reducido a fracciones de segundo. Los aviones estallan en el aire, cargados de bombas; pero un mensajero permanente vuela en helicóptero sobre la ciudad, comunicando la vieja consigna: «Usen, usen, consuman, consuman, ¡todo, todo!» ¿Qué queda por usarse? Pocas cosas, sin duda.
Aquí, desde hace un mes, vivo escondido, entre las ruinas de mi antigua casa. Huí del arsenal cuando me di cuenta que todos, obreros y patrones, han perdido la memoria, y también, la facultad previsora... Viven al día, emparedados por los segundos. Y yo, de pronto, sentí la urgencia de regresar a esta casa, tratar de recordar algo apenas estas notas que apunto con urgencia, y que tampoco dicen de un año relleno de datos- y formular algún proyecto.

¡Qué gusto! En mi sótano encontré un libro con letras impresas; es Treasure Island, y gracias a él, he recuperado el recuerdo de mí mismo, el ritmo de muchas cosas... Termino el libro («¡Pieces of eight! ¡Pieces of eight!») y miro en redor mío. La espina dorsal de los objetos despreciados, su velo de peste. ¿Los novios, los niños, los que sabían cantar, dónde están, por qué los olvidé, los olvidamos, durante todo este tiempo? ¿Qué fue de ellos mientras sólo pensábamos (y yo sólo he escrito) en el deterioro y creación de nuestros útiles? Extendí la vista sobre los montones de inmundicia. La opacidad chiclosa se entrevera en mil rasguños; las llantas y los trapos, la obsesidad maloliente, la carne inflamada del detritus, se extienden enterrados por los cauces de asfalto; y pude ver algunas cicatrices, que eran cuerpos abrazados, manos de cuerda, bocas abiertas, y supe de ellos.

No puedo dar idea de los monumentos alegóricos que sobre los desperdicios se han construido, en honor de los economistas del pasado. El dedicado a las Armonías de Bastiat, es especialmente grotesco.

Entre las páginas de Stevenson, un paquete de semillas de hortaliza. Las he estado metiendo en la tierra, ¡con qué gran cariño!... Ahí pasa otra vez el mensajero:

«USEN TODO... TODO... TODO»

Ahora, ahora un hongo azul que luce penachos de sombra y me ahoga en el rumor de los cristales rotos...

Estoy sentado en una playa que antes -si recuerdo algo de geografía- no bañaba mar alguno. No hay más muebles en el universo que dos estrellas, las olas y arena. He tomado unas ramas secas; las froto, durante mucho tiempo... ah, la primera chispa...

miércoles, 6 de mayo de 2015

Nada

Probablemente escribo para nadie, probablemente nadie tiene idea de quien soy o siquiera de que existo.

Pero estoy aquí. Estoy aquí y me gusta ser escuchada. Estoy aquí y... no, mejor empecemos desde otro ángulo.

Escribo porque... me gusta, si, no tiene porque haber otra razón. Y lo publico en internet porque... creo, más bien quiero que alguien me lea, porque estoy bastante segura de que no apesto totalmente. Y porque quiero pensar, de veras lo quiero, que no soy la única que se siente así.. frustrada y sola.

Quiero pensar que hay otras personas así. Porque así no me siento tan sola, y así no siento ganas de matarme cada día.

La soledad, veamos, es "un amigo que no está", pero eso solo sirve si perdiste a un amigo, no cuenta si no has tenido ninguno.

DEDICO ESTE POEMA. AMBAR PAST

Dedico este poema a los hombres que nunca se acostaron conmigo
a los hijos que no tuve
a los poemas que nadie escribió

Dedico este poema a las madres que no amaron a sus hijos
A las que murieron en hoteles
sin que nadie les acompañara

A los poetas que viven olvidados en alguna antología
Al poeta en su velorio con la boca cerrada para siempre

Lo dedico al autor de las pintas en los muros
Al torturado anónimo
Al que nunca dijo ni su nombre

Dedico este poema a los que gritan de dolor
y también a las parturientas
Lo dedico a los suicidas
Al que lava cadáveres
A las mujeres que se acuestan con todos
A los que siempre duermen solos

Dedico este poema a los que no frecuentan cafés
ni piscinas ni saben hablar por teléfono
A los que no entran en los bancos
ni salen en la tele
A las de la primaria vespertina
que reciben declaraciones de amor con faltas de ortografía
A los poetas que nunca empiezan a escribir
A las que no se atreven a opinar
ni a levantar la voz
A las que no pueden estar felices sin el consentimiento del macho
A las que duermen con sus delantales puestos
y piensan en el quehacer mientras sus maridos eyaculan prematuramente
A las que tortean en jacales
y no tienen sillones

A los que arrullan a sus hijos en tsotsil
y traen mugre bajo las uñas
A los pepenadores
A los que chaporrean
siembran nopales y comen tortilla con sal
Al sereno que también trabaja de día
A la de la chancla rota que tiende cien camas cada mañana
Al viejo sin dientes que merca chicle en la playa
A los que viajan parados a la tierra del cacao
A las que traen las caras negras
y la cicatriz del llanto en su sordera

A la que da el pecho a su hijo en el cañaveral
A los que buscan el arco iris en el aceite de los charcos
A la que chapotea en las cascadas y se moja el pelo con 
[agua de lirios
A los remeros que inventan el canto con sus brazos
A los que lavan el nixtamal bajo la lluvia
A las que acarrean el agua en cántaros
y caminan por la carretera

A la niña viendo luciérnagas
A la niña con el candil en la mano
A los chamacos que saltan con el rastrojo en llamas
A los que corren sobre el fuego
entierran a sus muertos en la cocina
y cantan entre los escombros

Al que engaña a su muerte en la cama de los moribundos
Al que baja de los cerros para no quemarse con las estrellas
Al que agarra la mano de la muerte y baila con ella

A las que tienen muchas nueras y cargan iguanas en sus cabezas
A los colochos que venden nieve en tierra caliente
A los camaroneros divisando el co de madrugada
Al que arremanga su camisa y pide un hacha
A la que vende tamal de bola, de mumu y chipilín
A los que cortan elote tierno para comerlo crudo
y amarran la pata del perro que roba pollo
A los que hacen las maracas
y matan por amor
Al que se avienta al hoyo en el entierro de un amigo.
Al poeta que no puede bajar del techo por estar tan enamorado

Al que hace lo que puede

Dedico este poema al hombre encadenado
A los niños golpeados
A los hijos de alcohólicos
A las que cuidan a las criaturas de otros y ven a las suyas
[cada quincena
A la que trapea en el colegio y no sabe firmar su nombre
A las que comen en la mesa del hospicio
A los tullidos que se acurrucan junto al horno en alguna panadería
A los que atienden los baños públicos
y barren las calles al amanecer
A las que bailan en cabaretes
y están hartas

Dedico este poema al amasador de adobes que muere en la casa 
[que construyó para otro
A los que se escaparon de noche cuando el volcán sepultó su iglesia
A los vecinos que ya enterraron a sus hijos
uno tras otro como los años que pasan
A los que han tenido que vender a sus hijos
su sangre y su sexo

A los que nada tienen que perder

Dedico este poema a los peones acasillados que invaden 
[las tierras del patrón
A los que cavan túneles debajo del dinero
A los que prenden lumbre al ingenio
A los que no echan sombra y sin luna dinamitan los puentes
A los de trece años que se van a la guerrilla
y conocen mujer por primera vez en la montaña
Para los dos heridos
Para Las Pelonas
Al tacuazín de Olga
A los chuchos apaleados

A niños que nacen en países donde la verdad está prohibida por ley
A los que han adoptado otro nombre
y llevan años sin saludar a la familia
A los que nunca durmieron en la misma cama
y comparten la fosa común

Dedico este poema a la madre que busca a su hijo en el anfiteatro
entre otros poemas decapitados
A la que no puede decir cuál cadáver es el suyo
y se despide de cada uno con un abrazo.

Cuento -título en proceso-

1
No me gustan los hospitales, pienso mientras me inyectan Afinitor, Avastin y Becenum en la venas. Me mantienen medio viva. Por un tiempo.

Es el olor, un olor a desinfectante, todo blanco y pulcro, demasiado limpio, demasiado perfecto. O tal vez es la silla, es la silla más incómoda del mundo. Pero tengo la ligera sensación de que no es culpa de la silla. Es que últimamente nunca estoy cómoda. Los músculos, los huesos,  se atrofian, a veces me falta el aire. No tengo fuerzas para nada. El doctor dice que son los medicamentos. Casi siempre lo ignoro, no hago muchos esfuerzos para no sentirlo tanto. Pero a veces se vuelve imposible.
Terminan, debo quedarme una hora más. Me empiezan a dar nauseas otra vez. Trato de ignorarlas. Detesto vomitar.

Vomito.

Puedo ver los trozos de almuerzo que a duras penas pude tragar.
Miro la cara de mi mamá. La tranquilizo con mi mirada. Se sienta frente a mí. Toma su libro otra vez.
Cierro los ojos. Me recargo en la maldita silla. Ignoro las náuseas. Me imagino que estaría haciendo ahora si mi cerebro no estuviera jodido con un  tumor. Estaría presentando mi examen para la facultad de filosofía. Contestando una pregunta idiota sobre lo que dijo algún fulano con nombre pomposo hace 200 años. Pero no le sé, nunca lo sabré.

Me quedo dormida sin darme cuenta, cada vez me pasa más eso. Mi mamá me mueve suavemente. Ha terminado por hoy. Me pongo la gorra. Estoy cansada.

2
Llego a casa y me acuesto en el sofá. Me duermo, estoy muy cansada. Antes dormía para olvidarme de las cosas, para no ver la cara de mis padres, ahora me duermo porque no aguanto el cansancio.
Me detectaron el tumor hace casi 6 meses. El maldito y desgraciado tumor en mi maldita y desgraciada cabeza. Recuerdo que el doctor repetía una y otra vez lo que tenía. Pero no necesitaba explicarlo. Cuando me lo detectaron, me deprimí por un tiempo, pero me di cuenta de que no valía la pena. Lo único que lograba era hacerme sufrir y hacer sufrir a mi padres, después de todo, peor que tener cáncer, es tener un hijo con cáncer. Eso es de John Green, no mío, pero vamos, en la nóvela la protagonista tiene cáncer; eso es lo más cercano a la realidad respecto a mi, porque no voy a tener al amor de mis meses, no voy a encontrar un chico con una pierna y no voy a perderlo tampoco. No voy a besarme con él y no voy a viajar a Ámsterdam a perder mi virginidad y conocer a mi escritor favorito. Porque ese tipo de cosas jamás me suceden a mí, siempre le suceden a otros, nunca a mí.

Después de un par de meses volví a la normalidad. Más o menos. Hace una semana me puse realmente mal. Pensé que era el último día. Sentí de verdad que moría. Pero no fue así. Qué lástima.  Estuve hospitalizada durante una semana. Dejé de ir a la escuela. 

Cumplí 18 hace tres días.

3
Mi mamá insiste en que me arregle, pero el único lugar al que voy es al hospital. Estoy siempre en casa. Hago mil y una manualidades, leo todos los libros que puedo, aumento mis seguidores en línea a montones, a veces cocino, toco la guitarra (he mejorado mucho). Duermo un montón (el sueño es bueno para los enfermos). El dolor sigue ahí, constante, sé que no se va a ir.

Tomo un montón de pastillas todos los días. Pienso.

Últimamente me he cuestionado más mi espiritualidad. Estoy casi convencida de que "Dios" no existe, y si existe, hace mucho que nos abandonó. Creo que soy una prueba de ello. Tenía tantos planes, dejar la casa, hacer algo por el mundo porque nadie va a venir a salvarnos. Porque estamos solos. La idea en si es algo deprimente, creo. Trato de imaginarme que hay después. He tomado precauciones: si hay un barquero a quien pagarle, tengo un par de dracmas (me costó bastante conseguirlos). Tengo diversas figuras, diversos símbolos, muchos son muy extraños, antiguos, ninguno que no sea a. C., me he hecho unos epitafios y he robado algunos de grandes personajes de la historia. Incluso he hecho una lista de las cosas que quiero (y que no quiero) cuando muera:
                1. No ir de negro al funeral (el negro no es para los funerales); me gusta más el blanco, tal vez azul.
                2. No llevar nadie que tenga que ver con "Dios" no un padre, no alguien que rece a cosas inútiles, no nada.
                3. Grabar las marcas y epitafios correspondientes en la lápida (se dejará una lista detallada).
                4. Sembrar 5 árboles, no importa dónde.
                5. No hacer rezos, o 40 días, o 50 días, o 100 días, o un año. NADA.
                6. Padres: carry on.

4
Despierto. Me duele  el cuerpo. Ayer exploté (figurativamente), por desgracia.

Mi mamá estaba insistiendo en que todavía podía llevar una vida normal. Pero no puedo. No puedo porque las demás personas no están muriendo. Porque cada vez que voy a algún lado me encuentro con las asquerosas expresiones de lástima en los rostros de todos.
-¿Por qué no vas al cine con algún amigo?
-No tengo amigos desde la primaria mamá.
-Eso es porque siempre alejas a todos. Podrías hacer algunos si no fueras tan grosera.
-Soy honesta, no grosera, no es mi culpa que a la gente no le guste la verdad.
-Podrías intentarlo
-¿Para qué? ¿De qué sirve?
-…
-¿Para qué vallan a mi funeral?
-No digas eso
-Es la vedad mamá. Voy a morir. Esto ni siquiera es una lucha. Toda esa estupidez de la "lucha contra el cáncer" ¡No tiene sentido! ¡No puedes luchar contra algo que al final va a ganar! Puede entrar en recesión ¿3, 4 años?  Tal vez hasta diez si te vendes la casa. ¿Y luego qué? Va a volver. Siempre va a volver. Y al final me va a matar. Yo ya lo acepté. Acéptalo tu también.

Vi las lágrimas en las mejillas de mi madre. Hace una semana dejé la quimioterapia.

5
No voy a dejar que gane, si voy a morir va a ser cosa mía. Cuando estás enferma (mortalmente enferma), todos te miran con lástima y te dan todo lo que pides. Así que aquí va.

PLAN A
                1. Cada vez que veía a mis tios o a mis abuelos les pedía dinero (notese que tienen que ser buenas excusas y que no pueden ser repetidas).
                2. Cuando tuve lo suficiente, hice que un tipo con pinta de ladrón me comprara lo que quería en la farmacia por una pequeña comisión.
                3. Falló. Si era un ladrón.
Pero todas las grandes misiones deben tener un plan B.

PLAN B
Usar la tarjeta de crédito de mi papá y comprar en línea. La cosa con este plan es que necesito una cédula de médico para comprar.
Se la robé a mi tío, además también tengo sus datos. Además, la otra cosa con el plan B es que es más apresurado, porque mi papá se puede dar cuenta.
Se pondrá en acción el 17 de febrero (día del pedido). El paquete llegará el día 25 a lo mucho. Y el 29 será el día. Sí, me gusta el 29 de febrero.

6
Ayer me llegó el paquete. 26 de febrero... Dos cajas de flamantes pastillas azules. Preciosas.
Hoy me puse triste, me puse triste por los sueñas perdidos, porque tenía tantos planes, porque queria viajar, conocer el mundo, tener aventuras. Me puse triste por las cosas que no voy a llegar a hacer, por lo que jamás voy a tener. Porque es injusto, tan malditamente injusto.  Porque amo la vida, y aun así, aunque la amo más que muchas personas, aun así cada día me veo muriendo frente al espejo.
El cabello me ha crecido otra vez, lo tengo como de chico. Creo que me queda bien.

7
Les he dejado una carta a mis padres con instrucciones precisas. Como lo que quiero en la lápida y lo que no quiero en el funeral.
Me he puesto los jeans más viejos que tengo, las botas más gastadas y mi camiseta favorita. Me acuesto. Miro la casa de muñecas, los libros, la guitarra en una esquina. Las paredes de crayola. Los posters. La computadora. Casi se me salen las lágrimas. Casi.
Tengo un vaso muy grande de agua. Las pastillas. Me recargo contra la pared y me las empiezo a tragar. Una por una. Ya no necesito el agua. Una lágrima resbala por mi mejilla. Respiro hondo. Me acuesto de nuevo. Inhalo. Exhalo.

Sonrío.

Cierro los ojos.

8
Amaba la vida. Lo hacía, tanto que a veces dolía. Pera esa oscura, huesuda, con los ojos de piedras preciosas y el manto oscuro me atrae. No la veo, la siento en lo más hondo de mí. Me jala. Cada vez más. Me jala de los pies y de las manos, me jala las piernas, el tronco, la cabeza. Y olvido, me olvido de la hermosa vida. Ella me hace olvidarla. Olvido cuanto la amaba, olvido los sueños, las metas. Las esperanzas. Olvido la vida. Olvido todo, olvido, olvido, olvido.
Abro los ojos, ahí está. 

Abril Bernabé




ESTE ES UN CUENTO ORIGINAL MÍO. PUEDEN TOMARLO Y USARLO SIEMPRE Y CUANDO MENCIONEN LA FUENTE. ARIGATOU GOZAIMAZU!