viernes, 27 de marzo de 2015

POEMA XV. PABLO NERUDA

Me gustas cuando callas porque estás como ausente, 
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. 
Parece que los ojos se te hubieran volado 
y parece que un beso te cerrara la boca. 

Como todas las cosas están llenas de mi alma 
emerges de las cosas, llena del alma mía. 
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma, 
y te pareces a la palabra melancolía. 

Me gustas cuando callas y estás como distante. 
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo. 
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza: 
déjame que me calle con el silencio tuyo. 

Déjame que te hable también con tu silencio 
claro como una lámpara, simple como un anillo. 
Eres como la noche, callada y constelada. 
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo. 

Me gustas cuando callas porque estás como ausente. 
Distante y dolorosa como si hubieras muerto. 
Una palabra entonces, una sonrisa bastan. 
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

jueves, 26 de marzo de 2015

POR FALTA DE PALABRAS. Haruki Murakami.

Una bella mañana de abril, por una estrecha callejuela de Harajuku, el barrio de moda, pasé junto a la chica 100% perfecta.
A decir verdad, no es tan bonita. No se destaca de ninguna forma. Su ropa no es nada especial. Su cabello está todavía despeinado de recién haberse levantado. Tampoco es joven, - debe estar cerca de los treinta, no está ni cerca a ser una "chica” propiamente dicha. Aún así, lo sé a cincuenta yardas de distancia: es la chica 100% perfecta para mí. Del momento que la vi, está este estruendo en mi pecho, y mi boca está tan seca como un desierto.
Quizás tengas tu propio y particular tipo de chica favorita - una de tobillos delgados, digamos, o de ojos grandes o dedos bonitos, o te gustan, por ningún motivo en especial, las chicas que se toman su tiempo al comer. Yo tengo mis preferencias, claro. A veces en un restaurant me sorprendo a mí mismo observando a la chica de al lado porque me gusta la forma de su nariz.
Pero nadie puede empeñarse en decir que su chica 100% perfecta corresponde a algún tipo preconcebido. A pesar de que me gustan tanto las narices, no puedo recordar la forma de la suya - o siquiera si tenía una. Todo lo que puedo recordar con seguridad es que no era una gran belleza. Esto es raro.

“Ayer en la calle pasé junto a la chica 100%”, le conté a alguien.
--“¿Sí?”-- dijo. --“¿Bonita?”
“En realidad, no”
--“Tu tipo favorito, ¿entonces?”
“No lo sé. Al parecer no puedo recordar nada de ella - la forma de sus ojos o el tamaño de sus pechos.”
--“Extraño.”
“Sí. Extraño.”
--“Bueno, de todos modos,”-- dijo, empezando a aburrirse ---“¿qué hiciste? ¿le hablaste? ¿la seguiste?”
“Nada. Sólo pasar junto a ella en la calle.”

Ella está pasando de este a oeste, y yo de oeste a este. Es en verdad una bella mañana de abril.
Desearía poder hablar con ella. Media hora sería suficiente: solo preguntarle acerca de ella, contarle acerca de mí, y - lo que realmente me gustaría hacer - explicarle las complejidades del destino que nos llevó a pasar uno junto al otro en una calleja de Harajuku una bella mañana de abril en 1981. Seguramente estaría llena por completo de cálidos secretos, como un reloj antiguo construido cuando la paz llenó el mundo.
Después de hablar, almorzaríamos en algún lado, tal vez veríamos una película de Woody Allen, nos detendríamos en el bar de un hotel por cocktails. Con un poco de suerte, terminaríamos en la cama.

La potencialidad toca a la puerta de mi corazón.
Ahora la distancia entre nosotros ha disminuido a quince yardas.
¿Cómo puedo abordarla? ¿Qué debería decir?

“Buenos dias señorita. Cree usted que podría concederme media hora para una pequeña conversación?”

Ridículo. Suena como a un vendedor de seguros.

“Disculpe, ¿sabe usted si hay alguna lavandería de turno en el vecindario?”

No, esto también es ridículo. No estoy llevando nada para lavar, para empezar. Quien se creería un cuento como ese?
Tal vez la simple verdad lo logre: “Buenos dias. Eres la chica 100% perfecta para mí.”

No. Ella no lo creería. O aunque lo hiciera, ella podría no querer hablar conmigo. --"Disculpa"--, ella podría decir, --"yo puedo ser la chica 100% perfecta para tí, pero tú no eres el chico 100% para mí"--. Podría pasar. Y de encontrarme en esa situación, probablemente me derrumbaría. Nunca me recuperaría del golpe. Tengo treinta y dos, y de esto se trata el hacerse viejo.
Pasamos frente a una florería. Una pequeña, cálida masa de aire toca mi piel. El asfalto está húmedo y a mí llega el aroma de las rosas. No puedo decidirme a hablarle. Ella lleva un suéter blanco, y en su mano derecha lleva un delicado sobre blanco, con solo una estampilla. Entonces: ella le ha escrito una carta a alguien, tal vez se pasó toda la noche escribiendo, a juzgar por el cansancio en su mirada. El sobre podría contener todos y cada uno de los secretos que alguna vez guardó.
Doy unos cuantos pasos más y me doy vuelta: Ella se ha perdido en la muchedumbre.
Ahora claro, ya sé exactamente lo que debería haberle dicho. Podría haber sido un largo discurso, aunque, aún más largo para mí el expresarlo adecuadamente. Las ideas que se me ocurren nunca son muy prácticas.
O, bien: habría comenzado con un "Había una vez" y terminado con un "Una historia triste, no crees?"

Había una vez un chico y una chica. El chico tenía dieciocho y la chica dieciséis. Él no era precisamente apuesto, y ella no era especialmente hermosa. Ellos eran solamente un chico solitario ordinario y una ordinaria chica solitaria, como todos los demás. pero ellos creían con todo el corazón que en algún lugar del mundo vivía el chico 100% perfecto y la chica 100% perfecta para ellos. Si, ellos creían en un milagro. Y ese milagro realmente sucedió.

Un dia los dos se llegaron a encontrar en la esquina de una calle.

"Esto es asombroso," dijo él. "Te he estado buscando toda mi vida. Puede que no creas esto, pero tú eres la chica 100% perfecta para mí."
"Y tú," le dijo ella, "eres el chico 100% perfecto para mí, exactamente como te había imaginado en cada detalle. Es como un sueño."
Se sentaron en la banca de un parque, se tomaron de las manos, y se contaron sus historias hora tras hora. Ya no estaban solos. Habian encontrado y habían sido encontrados por su otro 100% perfecto. Que maravilloso es, encontrar y ser encontrado por tu otro 100% perfecto. Es un milagro, un milagro cósmico.
Mientras se sentaban y hablaban, sin embargo, una pequeña, pequeñísima astilla de duda se incrustaba en sus corazones: ¿estaba realmente bien que los sueños de uno se hagan realidad tan fácilmente?
Y entonces, cuando hubo un momento de pausa en su conversación, el chico le dijo a la chica, “Probémonos, solo una vez. Si realmente somos los amantes 100% perfectos uno del otro, entonces alguna vez, en algún lugar, sin duda nos volveremos a encontrar. Y cuando eso pase, y sepamos que somos 100% perfectos el uno para el otro, nos casaremos ahí mismo. ¿Qué te parece?”
"Sí," dijo ella, "Eso es exactamente lo que debemos hacer."
Y así partieron, ella al este, y él al oeste.
Sin embargo, la prueba a la que accedieron era completamente innecesaria. Nunca debieron tomarla, porque eran realmente los amantes 100% perfectos uno del otro, y había sido un milagro el que se hayan llegado a encontrar. Pero era imposible para ellos saber esto, jóvenes como eran. Las frías, indiferentes olas del destino procedieron a sacudirlos sin misericordia.
Un invierno, ambos, el chico y la chica cayeron víctimas de la terrible gripe de la temporada, y después de haber estado debatiéndose entre la vida y la muerte durante semanas, perdieron la memoria de sus años anteriores. Cuando se recuperaron, sus cabezas estaban tan vacías como la alcancía del joven D. H. Lawrence.
Ellos eran sin embargo, dos brillantes y decididos jóvenes, y gracias a sus continuos esfuerzos fueron capaces de obtener nuevamente el conocimiento y los sentimientos que los calificaron para volver como personas de bien a la sociedad. Gracias al cielo, se convirtieron verdaderamente en ciudadanos comunes que sabían como pasar de una linea de subterráneo a otra, que eran completamente capaces de enviar una carta por correo especial en la oficina postal. De hecho, llegaron a experimentar nuevamente el amor, a veces tanto como un 75% o hasta un amor al 85%.

El tiempo pasó con una rapidez pasmosa, y pronto el chico tenia 32, la chica 30.

Una hermosa mañana de abril, en busca de una taza de café para empezar el día, el chico estaba caminando de oeste a este, mientras que la chica, con la intención de enviar una carta por correo especial, iba caminando de este a oeste, pero por la misma estrecha calle en el vecindario de Harajuku en Tokio. Ellos pasaron uno junto al otro en el mismo centro de la calle. El destello mas debil de sus recuerdos perdidos brilló tenue por un instante en sus corazones. Cada uno sintió un estruendo en su pecho. Y ellos lo supieron:

Ella es la chica 100% perfecta para mí.
Él es el chico 100% perfecto para mí.

Pero la luz de sus recuerdos era ya muy débil, y sus pensamientos ya no tenían la claridad de hace catorce años. Sin una palabra, pasaron uno junto al otro, desapareciendo entre la muchedumbre.

Para siempre.

RAYUELA. CAPITULO 7

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

     Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.



JULIO CORTÁZAR

LOS GUERREROS ROJOS


Este era un Guerrero. Iba a donde quiera que hubiera una batalla, era su alma, su fuerza, su esencia. Siempre luchando, inalcanzable, inagotable, cientos de historia se contaban en torno a él: descendía de los dragones o de las serpientes aladas, tenía sangre de demonio, era inmortal, su padre era uno de los dioses, pero nadie sabía en realidad nada sobre él.

Iba a los campos de batalla y luchaba conforme le distaba su instinto, poco le importaba quienes eran los enemigos o quienes luchaban a su lado. Tan solo le importaba la batalla, el calor, la excitación. Pero una noche, parada sobre una pila de cadáveres, divisó una silueta recortándose contra la tenue luz lunar, la batalla había sido especialmente sangrienta, así que la figura de aquel muchacho delgado lo tomó por sorpresa. Envainó la gran espada, colgó su escudo en las anchas espaldas y se acercó, le sorprendió aún más verlo totalmente ileso.

El Guerrero observó al chico atentamente mientras este se colgaba dos largas espadas en la espalda. Se volteó. Cruzaron miradas, y sin una palabra, se encaminaron juntos hacia el horizonte resplandeciente.

Anduvieron juntos durante cinco inviernos, ambos eran tan callados que en las tranquilas tardes en las que se sentaban en el campo viendo hacia la blanca llanura, ni siquiera el viento se atrevía a perturbar su silencio.

Cazaban, iban a los campos de batalla, y con un dejo inhumano, mataban a todos sus oponentes: el Guerrero con ojos y espada como fuego y el muchacho con ojos de hielo y espadas invisibles.

Sin embargo, hubo algo lo suficientemente fuerte para que esa inhumana tranquilidad se fuera.

La princesa bárbara sostenía un gran libro en su regazo y asentía para sí. De repente, un mensajero entró a la gran sala. El Reino del Este, que tenía por rey a un humano especialmente sanguinario les había declarado la guerra, y se encontraba en los límites mismos del Reino.

Axis escuchó atentamente, cuando terminó, se levantó y con una silenciosa orden, varios bárbaros aparecieron de entre las sombras.

-Llamad a todos. Preparaos.

A la mañana siguiente todos los guerreros estaban de pie ante Anix, esta, a lomos de un caballo negro como el abismo, y con las armas a punto, inició la marcha hacía las fronteras.

La batalla comenzó. Axis, al frente, arremetió con todas sus fuerzas guiando a su ejército. Cortaba cuellos con sus largos cuchillos y daba muerte constante con flechas certeras. Al cabo de un rato, ningún enemigo osaba a acercársele.

Entonces lo vio, dos largas espadas rápidas y certeras, cortando todo lo que estuviera cerca. Ágil y feroz. Al parecer luchaba de su lado.

Al lado de él, un hombre mayor, luchaba con una furia intensa y contenida.

Al verla distraída, un enemigo la derribó del caballo. Reaccionó rápido. Un corte limpio.

Al cabo de un rato, los enemigos se retiraron viéndose reducidos a menos de la mitad.

Los bárbaros lanzaron gritos de triunfo al aire.

Anix se acercó a los guerreros. El menor era como de su edad, se fijó en su expresión ceñuda. Era hermoso. Despedía una frialdad oscura.

El mayor era todo fuego, un guerrero llamado Kurlsor. Había crecido oyendo historias sobre él.

-Es un honor combatir a su lado-Dijo Anix con voz suave- Yo soy Anix, gobernante de Ikrar, como muestra de mi agradecimiento, os invito a comer y beber en mi mesa, en el castillo.

-No hemos luchado del lado de nadie- Respondió Kurlsor- Luchamos solo por nosotros.

-Aun así, han ayudado a mi causa

-Aceptaremos la invitación, dado que es la princesa misma quien la hace-Dijo Kurlsor

Regresaron al castillo.

Anix los recibió con extrema cortesía, nunca hablaba con ellos, pero al cabo de dos semanas se presentó ante Kurlsor.

-Quisiera batirme en duelo contra usted.

-Solo lucho a muerte princesa- Respondió Kurlsor

-Yo también

-¿Cómo puede estar tan segura?

-Soy la mejor entre todos en este Reino, y en el Reino del Norte y el Este, y el Oeste. Cuando lo supere, nadie jamás osará desafiarme.

-No combato en duelos, solo en grande Batallas, pero si quiere probarse, pelee contra Ian.

-¿Ian?- preguntó desconcertada.

-El muchacho que viaja conmigo, al igual que usted, se ha ganado las correas rojas, hablad con él.

Encontró a Ian en uno de los patios traseros. Estaba oscuro y lleno de maleza salvaje y oscura. Este ni siquiera se movió.

-Te reto a un duelo Ian- dijo Anix con voz grave.

El muchacho no se inmutó.

-Contigo podré pelear y probarme frente a aquellos que aún se atreven a desafiarme

-Pruébate con ellos entonces- Respondió Ian con voz seca

-No se atreven a desafiarme abiertamente.

-Desafíalos tú entonces.-

-No lo merecen, en cambio tú llevas las correas rojas. Solo los mejores guerreros las portan-

-Solo peleo a muerte- Dijo Ian con voz afilada

-Igual yo-

La semana siguiente, mientras Anix se ajustaba las cintas a su delgada figura, Ian la esperaba en medio de la plaza mayor con la camisa al aire y las espadas en las largas manos.

La vio acercándose, majestuosa y orgullosa, grácil, y sintió como si viera por primera vez, y por un momento, la oscuridad se fue de su corazón. Se admiró de la belleza de la princesa bárbara.

Comenzaron a luchar, e Ian olvidó todo excepto la batalla en la que se encontraba.

Verlos luchar era como ver a dos dragones en una batalla tan vieja como el mundo, una lucha legendaria y sorprendente. Los bárbaros no se atrevías ni siquiera a parpadear.

Un mandoble. Una estocada. Podían oír sus corazones. Finta y luego ataque. Defensa, dos pasos atrás. Otro ataque. Cada vez más cerca. Embestida. Axis en el suelo. Desarmada y humillada. Las espadas de Ian en su delicado cuello desnudo. Presionando cada vez más. Tan cerca de la victoria. Otro contrincante derrotado.

Pero la miró. Y sus brazos, y su boca y sus ojos y su alma y todo su ser dejaron de pertenecerle.

Sin una palabra, retiró las espadas, dio media vuelta, y se fue.

Axis jamás se había sentido tan débil, tan impotente y el sentimiento la asqueó, llena de enojo, se paró y se encerró en el castillo.

Mientras tanto, Ian tomaba una decisión.

Se quedó en el reino durante unos meses más. Acercándose a Anix poco a poco, luchando junto a ella, cubriéndola, y el frío y la oscuridad en sus ojos iba desapareciendo.

Le declaró su amor.

Anix aceptó, y sonriendo tontamente, disimulando su odio y rencor, se casó con Ian.

Este le cantó canciones hermosas capaces de hacer llorar a los más recios guerreros.

Pero Anix se mantenía imperturbable.

Le regaló flores y mató en su nombre.

La princesa bárbara acumulaba más odio cada día que lo veía.

Ian perdió el frío y la oscuridad, y aquello por lo que Anix alguna vez había sentido respeto.

Durante tres primaveras la princesa bárbara encerró su odio, su furia y su rencor en lo más recóndito de su alma.

Y una noche, sin aguantarlo más, mientras Ian dormía profundamente a su lado, lo pinchó con una aguja finísima impregnada con el más mortal de los venenos.

Pero de alguna forma, Ian sobrevivió y se sumergió en el más profundo y silencioso sufrimiento.
}
El reino esperó largo tiempo, pasaron meses, y aunque el corazón de Ian seguía latiendo, sabían que jamás despertaría. Anix guardó luto por él. Fingiendo dolor y amor, cosas que jamás había sentido.
Kurlsor volvió al reino al enterarse del estado de Ian. Volvió en silencio, en las sombras. Y cuando lo vio, tendido en las sábanas, sintió que el corazón que no sabía que tenía se le partía en pedazos.

Encontró a Anix en el mismo patio en el que esta había retado a Ian tiempo atrás.

Observó con atención a la llorosa viuda. No dijeron una sola palabra. Pero Kurlsor lo entendió.
Desesperado y roto de dolor, el Guerrero emprendió un viaje hacía los confines mismos del mundo, donde ni los más locos se atrevían a ir.

Decían que el gran mago Qüerbark vivía ahí, en lo más profundo del bosque, decían que las hadas y los silfos vivían ahí, que aún quedaban unicornios vivos en ese bosque, pero Kurlsor no encontró nada de esto, era como si el bosque mismo le dejara pasar, sin revelar el más mínimo de sus secretos. El mago se presentó ante él cuando este llevaba ya varias semanas de viaje. Lo estaba esperando, pero no tenía nada que lo pudiera ayudar. El veneno había infectado su alma ya, era demasiado tarde para Ian.

Pero si había algo que podía hacer.

El Guerrero regresó al reino de Anix, desesperanzado, con el fuego apagado, ahora, solo había hielo y tinieblas.

La encontró en la sala del trono, sola.

-¿Al fin aceptarás mi reto?- Preguntó ella con voz ronroneante.

Sin una palabra, Kurlsor sacó su espada. Anix tomó sus armas, y con una sonrisa en la cara, lo atacó.
Lucharon con furia, con odio. Esta vez no había espectadores, solo ellos dos, y estaban igualados.
Anix arremetía con todo su rencor, sus largos cuchillos apenas rozando la piel del Guerrero, buscando huecos en su defensa, este, ponía toda su fuerza en cada estocada, haciendo que ella retrocediera cada vez más. La acorraló contra su propio trono, la desarmó; pero Anix le dio una patada en el pecho que lo hizo retroceder, ella se descolgó el largo arco de la espalda, el Guerrero cerró los ojos un momento y cuando los abrió, con una sonrisa siniestra en el delicado rostro, Anix disparó.

La flecha atravesó el corazón del Guerrero. Pero se mantuvo en pie, y con un grito salvaje, ensartó a la princesa bárbara en su poderosa espada.

Aún con una expresión de desconcierto en el rostro, Anix cayó al suelo.

El Guerrero se apresuró a la habitación del muchacho. La fuerza lo abandonaba. Se quitó la flecha dorada del pecho. Subió el último peldaño y dejando un rastro de sangre llegó junto a Ian.

Se sacó el cuchillo del cinto.

-Ave Atque Vale 1 Guerrero- Dijo mientras lo hundía en el corazón del muchacho.

Las palabras de despedida que los grandes guerreros escuchaban antes de morir resonaban en los oídos de Kurlsor cuando este cayó al suelo, y por un terrible momento solo sintió dolor.

El Gran Guerrero de Fuego tomó el cuchillo ensangrentado en las poderosas manos, y con su último aliento, lo enterró en su corazón.








Este cuento es de mi autoría. Por favor dejen sus comentarios sobre él. 

miércoles, 11 de marzo de 2015

Soledad

Estoy en medio del salón de clases. Ruidos a mi alrededor, no tienen sentido. Un montón de cuerpos sin rostro.

Detengo la mirada en un grupo de chicas que solían ser mis amigas. Ríen fuerte sobre alguna estupidez, atoradas en su pequeño mundo, un montón de borregos que siguen a los demás, sin pensamientos propios, sin ideas, vacías, superficiales, ignorantes; pero entonces, si es así, si son solo un montón de borregos más, ¿porqué lucen más felices que yo?. ¿porqué se ríen más?

Creo que tiene que ver con la ignorancia, con la ceguera permanente con la que nacemos todos y que solo se quita bajo ciertas circunstancias; porque todas las personas que conozco que se han liberado de esa terrible ceguera, aunque buenas personas, aunque inteligentes, aunque faltos de ignorancia (no hay que olvidar que todo el mundo la tiene, pero es una de esas cosas contra las que puedes luchar), tienen esa mirada ligeramente melancólica, incluso triste a veces, el mundo no es bonito, está lleno de cosas mucho sufrimiento, y todas estas personas consientes de ello, tienen una herida en lo más profundo de su alma, en su corazón, una herida que no va a cerrar, no hasta que el mundo entero cambie.

Me pregunto si sería más feliz con la ceguera. No lo sé. No me arrepiento de quién soy, de cómo soy o de lo que sé. Es solo que a veces, me gustaría tener amigos, reír a carcajadas todos los días. ahuyentar la oscuridad que ya hace tiempo se instaló en mi corazón, que me hace llorar de frustración cada vez que pienso en ello. A veces, me gustaría sentirme menos sola.