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miércoles, 6 de mayo de 2015

Cuento -título en proceso-

1
No me gustan los hospitales, pienso mientras me inyectan Afinitor, Avastin y Becenum en la venas. Me mantienen medio viva. Por un tiempo.

Es el olor, un olor a desinfectante, todo blanco y pulcro, demasiado limpio, demasiado perfecto. O tal vez es la silla, es la silla más incómoda del mundo. Pero tengo la ligera sensación de que no es culpa de la silla. Es que últimamente nunca estoy cómoda. Los músculos, los huesos,  se atrofian, a veces me falta el aire. No tengo fuerzas para nada. El doctor dice que son los medicamentos. Casi siempre lo ignoro, no hago muchos esfuerzos para no sentirlo tanto. Pero a veces se vuelve imposible.
Terminan, debo quedarme una hora más. Me empiezan a dar nauseas otra vez. Trato de ignorarlas. Detesto vomitar.

Vomito.

Puedo ver los trozos de almuerzo que a duras penas pude tragar.
Miro la cara de mi mamá. La tranquilizo con mi mirada. Se sienta frente a mí. Toma su libro otra vez.
Cierro los ojos. Me recargo en la maldita silla. Ignoro las náuseas. Me imagino que estaría haciendo ahora si mi cerebro no estuviera jodido con un  tumor. Estaría presentando mi examen para la facultad de filosofía. Contestando una pregunta idiota sobre lo que dijo algún fulano con nombre pomposo hace 200 años. Pero no le sé, nunca lo sabré.

Me quedo dormida sin darme cuenta, cada vez me pasa más eso. Mi mamá me mueve suavemente. Ha terminado por hoy. Me pongo la gorra. Estoy cansada.

2
Llego a casa y me acuesto en el sofá. Me duermo, estoy muy cansada. Antes dormía para olvidarme de las cosas, para no ver la cara de mis padres, ahora me duermo porque no aguanto el cansancio.
Me detectaron el tumor hace casi 6 meses. El maldito y desgraciado tumor en mi maldita y desgraciada cabeza. Recuerdo que el doctor repetía una y otra vez lo que tenía. Pero no necesitaba explicarlo. Cuando me lo detectaron, me deprimí por un tiempo, pero me di cuenta de que no valía la pena. Lo único que lograba era hacerme sufrir y hacer sufrir a mi padres, después de todo, peor que tener cáncer, es tener un hijo con cáncer. Eso es de John Green, no mío, pero vamos, en la nóvela la protagonista tiene cáncer; eso es lo más cercano a la realidad respecto a mi, porque no voy a tener al amor de mis meses, no voy a encontrar un chico con una pierna y no voy a perderlo tampoco. No voy a besarme con él y no voy a viajar a Ámsterdam a perder mi virginidad y conocer a mi escritor favorito. Porque ese tipo de cosas jamás me suceden a mí, siempre le suceden a otros, nunca a mí.

Después de un par de meses volví a la normalidad. Más o menos. Hace una semana me puse realmente mal. Pensé que era el último día. Sentí de verdad que moría. Pero no fue así. Qué lástima.  Estuve hospitalizada durante una semana. Dejé de ir a la escuela. 

Cumplí 18 hace tres días.

3
Mi mamá insiste en que me arregle, pero el único lugar al que voy es al hospital. Estoy siempre en casa. Hago mil y una manualidades, leo todos los libros que puedo, aumento mis seguidores en línea a montones, a veces cocino, toco la guitarra (he mejorado mucho). Duermo un montón (el sueño es bueno para los enfermos). El dolor sigue ahí, constante, sé que no se va a ir.

Tomo un montón de pastillas todos los días. Pienso.

Últimamente me he cuestionado más mi espiritualidad. Estoy casi convencida de que "Dios" no existe, y si existe, hace mucho que nos abandonó. Creo que soy una prueba de ello. Tenía tantos planes, dejar la casa, hacer algo por el mundo porque nadie va a venir a salvarnos. Porque estamos solos. La idea en si es algo deprimente, creo. Trato de imaginarme que hay después. He tomado precauciones: si hay un barquero a quien pagarle, tengo un par de dracmas (me costó bastante conseguirlos). Tengo diversas figuras, diversos símbolos, muchos son muy extraños, antiguos, ninguno que no sea a. C., me he hecho unos epitafios y he robado algunos de grandes personajes de la historia. Incluso he hecho una lista de las cosas que quiero (y que no quiero) cuando muera:
                1. No ir de negro al funeral (el negro no es para los funerales); me gusta más el blanco, tal vez azul.
                2. No llevar nadie que tenga que ver con "Dios" no un padre, no alguien que rece a cosas inútiles, no nada.
                3. Grabar las marcas y epitafios correspondientes en la lápida (se dejará una lista detallada).
                4. Sembrar 5 árboles, no importa dónde.
                5. No hacer rezos, o 40 días, o 50 días, o 100 días, o un año. NADA.
                6. Padres: carry on.

4
Despierto. Me duele  el cuerpo. Ayer exploté (figurativamente), por desgracia.

Mi mamá estaba insistiendo en que todavía podía llevar una vida normal. Pero no puedo. No puedo porque las demás personas no están muriendo. Porque cada vez que voy a algún lado me encuentro con las asquerosas expresiones de lástima en los rostros de todos.
-¿Por qué no vas al cine con algún amigo?
-No tengo amigos desde la primaria mamá.
-Eso es porque siempre alejas a todos. Podrías hacer algunos si no fueras tan grosera.
-Soy honesta, no grosera, no es mi culpa que a la gente no le guste la verdad.
-Podrías intentarlo
-¿Para qué? ¿De qué sirve?
-…
-¿Para qué vallan a mi funeral?
-No digas eso
-Es la vedad mamá. Voy a morir. Esto ni siquiera es una lucha. Toda esa estupidez de la "lucha contra el cáncer" ¡No tiene sentido! ¡No puedes luchar contra algo que al final va a ganar! Puede entrar en recesión ¿3, 4 años?  Tal vez hasta diez si te vendes la casa. ¿Y luego qué? Va a volver. Siempre va a volver. Y al final me va a matar. Yo ya lo acepté. Acéptalo tu también.

Vi las lágrimas en las mejillas de mi madre. Hace una semana dejé la quimioterapia.

5
No voy a dejar que gane, si voy a morir va a ser cosa mía. Cuando estás enferma (mortalmente enferma), todos te miran con lástima y te dan todo lo que pides. Así que aquí va.

PLAN A
                1. Cada vez que veía a mis tios o a mis abuelos les pedía dinero (notese que tienen que ser buenas excusas y que no pueden ser repetidas).
                2. Cuando tuve lo suficiente, hice que un tipo con pinta de ladrón me comprara lo que quería en la farmacia por una pequeña comisión.
                3. Falló. Si era un ladrón.
Pero todas las grandes misiones deben tener un plan B.

PLAN B
Usar la tarjeta de crédito de mi papá y comprar en línea. La cosa con este plan es que necesito una cédula de médico para comprar.
Se la robé a mi tío, además también tengo sus datos. Además, la otra cosa con el plan B es que es más apresurado, porque mi papá se puede dar cuenta.
Se pondrá en acción el 17 de febrero (día del pedido). El paquete llegará el día 25 a lo mucho. Y el 29 será el día. Sí, me gusta el 29 de febrero.

6
Ayer me llegó el paquete. 26 de febrero... Dos cajas de flamantes pastillas azules. Preciosas.
Hoy me puse triste, me puse triste por los sueñas perdidos, porque tenía tantos planes, porque queria viajar, conocer el mundo, tener aventuras. Me puse triste por las cosas que no voy a llegar a hacer, por lo que jamás voy a tener. Porque es injusto, tan malditamente injusto.  Porque amo la vida, y aun así, aunque la amo más que muchas personas, aun así cada día me veo muriendo frente al espejo.
El cabello me ha crecido otra vez, lo tengo como de chico. Creo que me queda bien.

7
Les he dejado una carta a mis padres con instrucciones precisas. Como lo que quiero en la lápida y lo que no quiero en el funeral.
Me he puesto los jeans más viejos que tengo, las botas más gastadas y mi camiseta favorita. Me acuesto. Miro la casa de muñecas, los libros, la guitarra en una esquina. Las paredes de crayola. Los posters. La computadora. Casi se me salen las lágrimas. Casi.
Tengo un vaso muy grande de agua. Las pastillas. Me recargo contra la pared y me las empiezo a tragar. Una por una. Ya no necesito el agua. Una lágrima resbala por mi mejilla. Respiro hondo. Me acuesto de nuevo. Inhalo. Exhalo.

Sonrío.

Cierro los ojos.

8
Amaba la vida. Lo hacía, tanto que a veces dolía. Pera esa oscura, huesuda, con los ojos de piedras preciosas y el manto oscuro me atrae. No la veo, la siento en lo más hondo de mí. Me jala. Cada vez más. Me jala de los pies y de las manos, me jala las piernas, el tronco, la cabeza. Y olvido, me olvido de la hermosa vida. Ella me hace olvidarla. Olvido cuanto la amaba, olvido los sueños, las metas. Las esperanzas. Olvido la vida. Olvido todo, olvido, olvido, olvido.
Abro los ojos, ahí está. 

Abril Bernabé




ESTE ES UN CUENTO ORIGINAL MÍO. PUEDEN TOMARLO Y USARLO SIEMPRE Y CUANDO MENCIONEN LA FUENTE. ARIGATOU GOZAIMAZU!

jueves, 26 de marzo de 2015

LOS GUERREROS ROJOS


Este era un Guerrero. Iba a donde quiera que hubiera una batalla, era su alma, su fuerza, su esencia. Siempre luchando, inalcanzable, inagotable, cientos de historia se contaban en torno a él: descendía de los dragones o de las serpientes aladas, tenía sangre de demonio, era inmortal, su padre era uno de los dioses, pero nadie sabía en realidad nada sobre él.

Iba a los campos de batalla y luchaba conforme le distaba su instinto, poco le importaba quienes eran los enemigos o quienes luchaban a su lado. Tan solo le importaba la batalla, el calor, la excitación. Pero una noche, parada sobre una pila de cadáveres, divisó una silueta recortándose contra la tenue luz lunar, la batalla había sido especialmente sangrienta, así que la figura de aquel muchacho delgado lo tomó por sorpresa. Envainó la gran espada, colgó su escudo en las anchas espaldas y se acercó, le sorprendió aún más verlo totalmente ileso.

El Guerrero observó al chico atentamente mientras este se colgaba dos largas espadas en la espalda. Se volteó. Cruzaron miradas, y sin una palabra, se encaminaron juntos hacia el horizonte resplandeciente.

Anduvieron juntos durante cinco inviernos, ambos eran tan callados que en las tranquilas tardes en las que se sentaban en el campo viendo hacia la blanca llanura, ni siquiera el viento se atrevía a perturbar su silencio.

Cazaban, iban a los campos de batalla, y con un dejo inhumano, mataban a todos sus oponentes: el Guerrero con ojos y espada como fuego y el muchacho con ojos de hielo y espadas invisibles.

Sin embargo, hubo algo lo suficientemente fuerte para que esa inhumana tranquilidad se fuera.

La princesa bárbara sostenía un gran libro en su regazo y asentía para sí. De repente, un mensajero entró a la gran sala. El Reino del Este, que tenía por rey a un humano especialmente sanguinario les había declarado la guerra, y se encontraba en los límites mismos del Reino.

Axis escuchó atentamente, cuando terminó, se levantó y con una silenciosa orden, varios bárbaros aparecieron de entre las sombras.

-Llamad a todos. Preparaos.

A la mañana siguiente todos los guerreros estaban de pie ante Anix, esta, a lomos de un caballo negro como el abismo, y con las armas a punto, inició la marcha hacía las fronteras.

La batalla comenzó. Axis, al frente, arremetió con todas sus fuerzas guiando a su ejército. Cortaba cuellos con sus largos cuchillos y daba muerte constante con flechas certeras. Al cabo de un rato, ningún enemigo osaba a acercársele.

Entonces lo vio, dos largas espadas rápidas y certeras, cortando todo lo que estuviera cerca. Ágil y feroz. Al parecer luchaba de su lado.

Al lado de él, un hombre mayor, luchaba con una furia intensa y contenida.

Al verla distraída, un enemigo la derribó del caballo. Reaccionó rápido. Un corte limpio.

Al cabo de un rato, los enemigos se retiraron viéndose reducidos a menos de la mitad.

Los bárbaros lanzaron gritos de triunfo al aire.

Anix se acercó a los guerreros. El menor era como de su edad, se fijó en su expresión ceñuda. Era hermoso. Despedía una frialdad oscura.

El mayor era todo fuego, un guerrero llamado Kurlsor. Había crecido oyendo historias sobre él.

-Es un honor combatir a su lado-Dijo Anix con voz suave- Yo soy Anix, gobernante de Ikrar, como muestra de mi agradecimiento, os invito a comer y beber en mi mesa, en el castillo.

-No hemos luchado del lado de nadie- Respondió Kurlsor- Luchamos solo por nosotros.

-Aun así, han ayudado a mi causa

-Aceptaremos la invitación, dado que es la princesa misma quien la hace-Dijo Kurlsor

Regresaron al castillo.

Anix los recibió con extrema cortesía, nunca hablaba con ellos, pero al cabo de dos semanas se presentó ante Kurlsor.

-Quisiera batirme en duelo contra usted.

-Solo lucho a muerte princesa- Respondió Kurlsor

-Yo también

-¿Cómo puede estar tan segura?

-Soy la mejor entre todos en este Reino, y en el Reino del Norte y el Este, y el Oeste. Cuando lo supere, nadie jamás osará desafiarme.

-No combato en duelos, solo en grande Batallas, pero si quiere probarse, pelee contra Ian.

-¿Ian?- preguntó desconcertada.

-El muchacho que viaja conmigo, al igual que usted, se ha ganado las correas rojas, hablad con él.

Encontró a Ian en uno de los patios traseros. Estaba oscuro y lleno de maleza salvaje y oscura. Este ni siquiera se movió.

-Te reto a un duelo Ian- dijo Anix con voz grave.

El muchacho no se inmutó.

-Contigo podré pelear y probarme frente a aquellos que aún se atreven a desafiarme

-Pruébate con ellos entonces- Respondió Ian con voz seca

-No se atreven a desafiarme abiertamente.

-Desafíalos tú entonces.-

-No lo merecen, en cambio tú llevas las correas rojas. Solo los mejores guerreros las portan-

-Solo peleo a muerte- Dijo Ian con voz afilada

-Igual yo-

La semana siguiente, mientras Anix se ajustaba las cintas a su delgada figura, Ian la esperaba en medio de la plaza mayor con la camisa al aire y las espadas en las largas manos.

La vio acercándose, majestuosa y orgullosa, grácil, y sintió como si viera por primera vez, y por un momento, la oscuridad se fue de su corazón. Se admiró de la belleza de la princesa bárbara.

Comenzaron a luchar, e Ian olvidó todo excepto la batalla en la que se encontraba.

Verlos luchar era como ver a dos dragones en una batalla tan vieja como el mundo, una lucha legendaria y sorprendente. Los bárbaros no se atrevías ni siquiera a parpadear.

Un mandoble. Una estocada. Podían oír sus corazones. Finta y luego ataque. Defensa, dos pasos atrás. Otro ataque. Cada vez más cerca. Embestida. Axis en el suelo. Desarmada y humillada. Las espadas de Ian en su delicado cuello desnudo. Presionando cada vez más. Tan cerca de la victoria. Otro contrincante derrotado.

Pero la miró. Y sus brazos, y su boca y sus ojos y su alma y todo su ser dejaron de pertenecerle.

Sin una palabra, retiró las espadas, dio media vuelta, y se fue.

Axis jamás se había sentido tan débil, tan impotente y el sentimiento la asqueó, llena de enojo, se paró y se encerró en el castillo.

Mientras tanto, Ian tomaba una decisión.

Se quedó en el reino durante unos meses más. Acercándose a Anix poco a poco, luchando junto a ella, cubriéndola, y el frío y la oscuridad en sus ojos iba desapareciendo.

Le declaró su amor.

Anix aceptó, y sonriendo tontamente, disimulando su odio y rencor, se casó con Ian.

Este le cantó canciones hermosas capaces de hacer llorar a los más recios guerreros.

Pero Anix se mantenía imperturbable.

Le regaló flores y mató en su nombre.

La princesa bárbara acumulaba más odio cada día que lo veía.

Ian perdió el frío y la oscuridad, y aquello por lo que Anix alguna vez había sentido respeto.

Durante tres primaveras la princesa bárbara encerró su odio, su furia y su rencor en lo más recóndito de su alma.

Y una noche, sin aguantarlo más, mientras Ian dormía profundamente a su lado, lo pinchó con una aguja finísima impregnada con el más mortal de los venenos.

Pero de alguna forma, Ian sobrevivió y se sumergió en el más profundo y silencioso sufrimiento.
}
El reino esperó largo tiempo, pasaron meses, y aunque el corazón de Ian seguía latiendo, sabían que jamás despertaría. Anix guardó luto por él. Fingiendo dolor y amor, cosas que jamás había sentido.
Kurlsor volvió al reino al enterarse del estado de Ian. Volvió en silencio, en las sombras. Y cuando lo vio, tendido en las sábanas, sintió que el corazón que no sabía que tenía se le partía en pedazos.

Encontró a Anix en el mismo patio en el que esta había retado a Ian tiempo atrás.

Observó con atención a la llorosa viuda. No dijeron una sola palabra. Pero Kurlsor lo entendió.
Desesperado y roto de dolor, el Guerrero emprendió un viaje hacía los confines mismos del mundo, donde ni los más locos se atrevían a ir.

Decían que el gran mago Qüerbark vivía ahí, en lo más profundo del bosque, decían que las hadas y los silfos vivían ahí, que aún quedaban unicornios vivos en ese bosque, pero Kurlsor no encontró nada de esto, era como si el bosque mismo le dejara pasar, sin revelar el más mínimo de sus secretos. El mago se presentó ante él cuando este llevaba ya varias semanas de viaje. Lo estaba esperando, pero no tenía nada que lo pudiera ayudar. El veneno había infectado su alma ya, era demasiado tarde para Ian.

Pero si había algo que podía hacer.

El Guerrero regresó al reino de Anix, desesperanzado, con el fuego apagado, ahora, solo había hielo y tinieblas.

La encontró en la sala del trono, sola.

-¿Al fin aceptarás mi reto?- Preguntó ella con voz ronroneante.

Sin una palabra, Kurlsor sacó su espada. Anix tomó sus armas, y con una sonrisa en la cara, lo atacó.
Lucharon con furia, con odio. Esta vez no había espectadores, solo ellos dos, y estaban igualados.
Anix arremetía con todo su rencor, sus largos cuchillos apenas rozando la piel del Guerrero, buscando huecos en su defensa, este, ponía toda su fuerza en cada estocada, haciendo que ella retrocediera cada vez más. La acorraló contra su propio trono, la desarmó; pero Anix le dio una patada en el pecho que lo hizo retroceder, ella se descolgó el largo arco de la espalda, el Guerrero cerró los ojos un momento y cuando los abrió, con una sonrisa siniestra en el delicado rostro, Anix disparó.

La flecha atravesó el corazón del Guerrero. Pero se mantuvo en pie, y con un grito salvaje, ensartó a la princesa bárbara en su poderosa espada.

Aún con una expresión de desconcierto en el rostro, Anix cayó al suelo.

El Guerrero se apresuró a la habitación del muchacho. La fuerza lo abandonaba. Se quitó la flecha dorada del pecho. Subió el último peldaño y dejando un rastro de sangre llegó junto a Ian.

Se sacó el cuchillo del cinto.

-Ave Atque Vale 1 Guerrero- Dijo mientras lo hundía en el corazón del muchacho.

Las palabras de despedida que los grandes guerreros escuchaban antes de morir resonaban en los oídos de Kurlsor cuando este cayó al suelo, y por un terrible momento solo sintió dolor.

El Gran Guerrero de Fuego tomó el cuchillo ensangrentado en las poderosas manos, y con su último aliento, lo enterró en su corazón.








Este cuento es de mi autoría. Por favor dejen sus comentarios sobre él.