domingo, 10 de agosto de 2014

Jaime Sabines.

Te quiero a las diez de la mañana y a las once, y a las doce del día. 

Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tu piensas en la comida, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mi. 

Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que tu estas hecha para mi, que de algún modo me lo dice tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en el que yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tu vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño. 

Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que no eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo amor mío?

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